Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas

viernes, 21 de noviembre de 2008

Otra mañana de aquellas


Ricardo E. Tatto

Despertaste pedo, maldito patán. Sí, una vez más hiciste de las tuyas Ricardito. Sabes que te encanta el desmadre. No sé porqué la decadencia y la perdición ejercen tanto atractivo para ti. Y sobre todo, lo disfrutas, te regodeas en ello, te revuelcas en tu propia mierda autodestructiva. Pero bueno, la razón de que seas así, es porque rápidamente olvidas los remordimientos, las recriminaciones, las consecuencias... eso es mejor dejárselo a los otros.

Así debería ser, de lo contrario, tus evasiones etílicas y canaboides serían fallidas, incumplirían con su labor solazadora, enajenante, empañadora de lucidez. Mmm lucidez. Eso no es para ti, el monopolio lo tiene Monsiváis o algún otro ratón de biblioteca cojo de la pata. A ti no te sirve de nada, ni para trabajar. Curioso, pero tus textos salen mejor cuando no buscas el iluminamiento, el deslumbre para con el lector. Sí, son chingaderas, ya te diste cuenta. Pero no me malentiendas, el periodismo cultural es así, puedes cumplir cabalmente tu labor informadora, sólo observando, pensando, divagando. Te vales de esa digresión y cuando menos piensas aparece el pelo en la sopa, el negrito en el arroz, el cantante desentonado, el actor sobreactuado, el escritor pretencioso, el filme con desastrosa elipsis, el trago mal servido...

Y sobre ellos. Te lanzas sobre los errores, escribes sobre ellos, con nombre y apellido, sin compasión. Criticar es un oficio de cabrones, y tú eres un CABRÓN Ricardo, con mayúsculas. El problema es que eso se traslada a la vida personal, a la vida cotidiana, a las imperfecciones de la gente. Pero coño, tú sabes que así somos todos, te lo sabes porque eres el peor de ellos, un mentecato hecho y maltrecho, canalla de la más baja ralea, barbaján de la pinche existencia.

No tienes remedio, sigues solazándote y sonriendo mientras te mentan la madre. Naciste sin la dosis adecuada de moral, vergüenza, respeto y... bueno, son demasiadas carencias que te podría enlistar. No tiene caso, te lo has dicho siempre, así son las cosas.

Agregaré una más: Cínico. Tienes el cinismo de escribir sobre ello, de presumirlo, de vanagloriarte de tu desfachatez humana, del desparpajo hacia la vida, hacia el mundo, hacia los humanos, hacia ti mismo. Algo se perdió en el camino, te saliste con la tuya y continuaste de esa manera, con uno que otro logro y, eso sí, mucha suerte. Naciste con buena estrella, los Hados son tus compinches de parrandas, hiciste a la Fortuna tu meretriz de cabecera, te revolcaste con ella y la convenciste de hacerla tu incondicional de vez en cuando, porque ella mismo te hizo su amante infiel. No podías ser de otro modo.

Sigues borracho, pero ya se te va bajando. Tienes sed de nuevo, ya es el mediodía, la hora cristal. Nadie está en condiciones ahora, lo sabes, todos se remamaron también, pero carecen de tus poderes especiales, escudo anticruda, memoria fotográfica -buena, aunque a veces desenfocada o paneada-, voluntad de ponerse de pie, aversión al sueño, adicción a la ociosidad, alcoholismo insaciable.

¿Y qué sigue? ¿Qué piensas hacer ahora? ¿Sientes que porque ya leíste, trabajaste y escribiste un poco tienes el derecho de continuar con la interminable bacanal a la que los demás llaman vida?

Tienes la respuesta, naciste con ella maricón. No te hagas pendejo, vamos, responde, escupe algunas palabras de esa boca pastosa que huele a ron tetradjetivado, Castillo, añejo, campechano y servido. Dale Ricardito, ¡respóndeme carajo!

-Así es cabrón, ya cumplí por hoy, ya cállate y deja la verborrea. Es hora de continuar...