Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas

Mostrando entradas con la etiqueta Errores del subjuntivo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Errores del subjuntivo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 23 de abril de 2008

This is not a love song


"And i'm not sorry for the things I've done/
And i'm not looking for just anyone/
And i'm not sorry for the things i´ve said/
There's a wild man in my head,
There's a wild man in my head"
by Morrissey
Dices que ésta no es una canción de amor porque no te amo, porque no sientes que esté enamorado de ti, porque no te lo demuestro con mis acciones.

Yo digo que eres muy inteligente, pero que no sabes nada de nada mi vida. Las heridas del pasado y sus cicatrices te han curtido el corazón y la mente, ya que tu ceguera emocional te impide ver las mil y una razones que te contradicen en todos los aspectos posibles.

Siempre lo he dicho, eres muy mujer, demasiado mujer. Por eso me gustas. Y por lo mismo, cometes errores claramente mujeriles, como el de pensar que porque no me comuniqué contigo en 30 horas -ni siquiera dos días-, eso significa que ya no te quiero, que no pensé en ti, que te estaba evadiendo, que no me importas en lo absoluto.

Te esfuerzas en desechar mis excusas por simples -y por lo mismo válidas- para imaginar toda suerte de falsas quimeras e inventar motivos sórdidos para tratar de explicarte a ti misma mi ausencia. Pero no es así. Entiéndelo bien y fíjatelo en la cabeza: estaba en la playa, con la bermuda mojada, el celular lejos en el auto estacionado y sin crédito para responder a tus llamados. Mis amigos llevaban dos días de parranda y por lo mismo se quedaron sin carga en sus móviles. Lo mismo me pasó a mí poco después. ¿Te has puesto a pensar que después de tantas llamadas que me hiciste el celular se quedó sin pila?

Pero bueno, eso no importa. Tal vez fue mi error no haber encontrado otro medio para comunicarme contigo. Sin embargo, es tu grandísimo error creer que por una situación aislada como la anterior yo ya no soy el tipo que ha estado contigo durante meses.

Sigo siendo ése mismo hombre que una noche quedó maravillado cuando le lanzaste una rosa desde un taxi en movimiento. La atrapé con la mano izquierda, la que está más cerca de mi corazón. Continúas sin entender que mi vida -y mi amor- está compuesto de pinceladas del recuerdo, de esos momentos en apariencia insignificantes que se han quedado tatuados en mi memoria. Si esa rosa se encuentra guardada entre los pétalos de El amor en los tiempos del cólera, no era algo que debías saber. Son cursilerías mías. La página, el parráfo y el libro en el que está reposando, tienen un simbolismo que sólo es importante para mí.

Sigo siendo ése mismo hombre que una noche de luna llena de diciembre, bailó contigo y con John Coltrane bajo la luz nocturna, girando en una espiral interminable, con un aliento largo y profundo, más no por ello sosegado con tu cercanía. Supe en ese momento que era algo que debía grabarme para recordarlo siempre; ninguna mujer había hecho realidad mi fantasía romántica y jazzera como tú lo hiciste en un segundo y sin siquiera proponértelo. Fue tu mérito, iniciativa tuya nada más.

Sigo siendo ése mismo hombre que volvió a sentir la poesía gracias a ti, porque a pesar de nunca haber dejado de leer versos, cada vez los percibía más distantes. Simplemente no me llegaban, no como mi amada prosa y mi querida narrativa. Pero un día en el que tú ya estabas dentro de mi vida, al recorrer con mis ojos varios poemas, algo cambió en mis lecturas. Volviste a despertar a mi Yo dormido, al amante, a ése que sepulté hace mucho tiempo, que se quedó sin madurar sus emociones desaforadas preparatorianas. Revivió el poeta que se lamía las heridas oculto dentro del viejo cínico que tú conoces.

Sigo siendo ése mismo hombre al que le quitas el sueño con tu risa traviesa, con tus agudezas mentales, con tus miradas expresivas, con tu inteligencia deslumbrante, con tus lágrimas dolorosas, con tus citas y lecturas, con tu olor que me marea, con tu humor negrísimo, con tu sabor que me intoxica, con tus contradicciones, con tu trasero de mármol griego, con tu sinceridad hiriente.

Sigo siendo ése mismo hombre que te escribe, que te lee, que te imagina, que te siente en plenitud. El que te encuentra en el paraíso de la abstracción literaria, el refugio inviolable de la perra vida, del sucio mundo y sus entiznados habitantes que se solazan en su propias excreciones miserables. Ahí, las personas pueden ser seres prístinos, puros y creadores, transformando su alrededor a su antojo, aportando cada uno su contribución a la belleza, al arte.

No seas tan pronta a desechar y desestimar estas cuestiones, no son fantasías ni tonterías de un enamorado o de un idealista romántico. Ése lugar existe: éste cabrón hijo de puta lo ha atisbado en ocasiones. Al final del día, lo mejor que podrá ofrecerte cualquier persona será la llave, la concepción de ese sitio fuera de lo tangible en donde nunca estarás sola, en el que siempre podrás encontrarme reordenando las palabras con cincel y martillo, escribiéndonos un par de tragos para beber mientras diseño un árbol que nos refugie en su sombra, una cajetilla, un encendedor y, si la historia lo amerita, una cama temblorosa por el huracán de nuestros estertores que se aproxima...

Maldita, ¿con quién más habría de compartir eso? La que sigue siendo ésa misma mujer que una noche me maldijo gritando en pleno éxtasis. Sólo para nosotros -un par de locos esperpentos jodidos por la postmodernidad- maldecirnos constituye una muestra de cariño o pasión. Carajo, hace falta uno para comprender al otro. Dirás que me equivoco, no podría esperar menos de ti. Pero no; tienes razón, no te amo. Amor es una palabra muy débil para lo que siento. Te amro, te amoa, te ammo, te mamo, te amao, te omao o algo así.

Puedes creerlo o no, eso no es lo importante. Es algo mío. Me sirve en la vida cotidiana y no se trata de convencerte. No es mi problema. Como dice en El Origen del Amor: "Niégame y serás condenado". O, como diría Annie Hall: "Oh bueno, la-di-da, la-di-da..."

jueves, 13 de marzo de 2008

Cuántas formas de evadirte (o de al menos intentarlo)


No puedo dejar de pensar en ti. Esta tarde, una más de tantas, se la has robado a Dostoievsky, a los miles de albumes de jazz que esperan ser escuchados y hacerme sentir el blues del hombre, a los insulsos reality shows que por más que lo intento no pueden distraerme de ti, a los churros que en lugar de animarme me han puesto introspectivo y, por ende, más vulnerable.

Esta tarde, una más de tantas, me he propuesto evadirte con resultados irregulares. Generalmente en las mañanas puedo ocuparme lo suficiente para no dedicarte más de dos o tres pensamientos; pero a medida que llega la tarde, el soponcio del calor y la digestión me restan alegría, ánimo, y paulatinamente me sumergen en el silencio de la abstracción, de los pensamientos que chocan entre sí desaforamente, mientras intento alcanzar esa zona de evasión que es la siesta. A veces logro hacerlo. Hoy no.

No puedo dejar de pensar en ti. Sabes que sufro de ansiedad. Cuando se me acaba el aliento y la arritmia me engaña al sentir que muero por instantes, confundo esos sintomas y enciendo un cigarro. Maldito vicio. Bendito tabaco que ayuda a evadirme. La opresión en el pecho no es un sentimiento, es sólo que necesito un toque. Una boquilla que me haga exhalar besos alquitranados.

Esta tarde, una más de tantas, me obsesiono por el afán del olvido, del no me acuerdo, del no me olvido que no quiero acordarme ni de ti, ni de mi, ni de ambos, ni de todo. Ya sabes cómo me gustan los juegos semánticos, aunque no sea bueno con ellos. Maldita. Te odio porque lees, porque vives la literatura al igual que yo. En un país de pocos lectores, la literatura había sido mi cobijo, refugio compartido tan sólo por unos cuántos. Pero ahora ni siquiera ese último resquicio de mi intimidad permanece inviolable por tu presencia. Que si tus ojos ya pasaron sobre las mismas letras, que si cierta cita te gustaría, que si una línea en especial me tendió una zancadilla que me hiciera caer de bruces frente a ti, que si el talle de la protagonista me recuerda al tuyo, que si muchos de tus argumentos se ven respaldados -y refutados- página tras página. Dialogo contigo, discuto contigo, me revuelco contigo, me peleo contigo sin que lo sepas. ¡Coño! Ya lárgate de mi libro. Déjame. Quiero estar solo.

No puedo dejar de pensar en ti. Soy un egoísta. Lo que era sólo mío me lo has robado. No me gusta compartir mis evasiones, pero lo hice. Ahora, ¿adónde puedo marcharme? Si bebo en demasía de repente te apareces nadando desnuda en el fondo de mi vaso, a veces desapareces con tan sólo remover los hielos... Si ando borracho y suena una canción de esas que odio, de la nada me pueden dar ganas de bailar contigo y eso que no me gusta y no sé bailar. Eres una metiche. Ya salte de mis fantasías etílicas.

Esta tarde, una más de tantas, recurrí a la música. El jazz ya no me estaba funcionando, así que puse música cubana guapachosa pa´alegrarme el espíritu. Mambos de Benny Moré y Pérez Prado, salsa de Omara Portuondo. Maldita sea, justo cuando me empezaba a animar, caigo en la cuenta de que también tienes relación con sus lágrimas negras... ¿Hay algo en lo que no te hayas metido? ¿Algo que no compartamos? Lograste lo que a muchas otras ilustres difuntas les faltó: meterse en los cimientos y la estructura que no sólo conforma mi ser, sino el diseño sobre el que he construido mi vida.

Por eso hoy decidí recurrir a la escritura, un espacio menos tocado por ti afortunadamente, porque si no me quedara al menos eso, ya no me quedaría nada. Sin embargo, héme aquí escribiendo sobre ti. Irónica contradicción, al igual que tú, que ambos, que todos. Aún así, me da gusto saber que ya lo voy logrando. Menuda broma cósmica la de escribir sobre ti para ya no pensarte. De esas bromas en las que no sabes si reír o llorar. Jajajá. Sniff.

Unas más de tantas, esta tarde, ya va llegando a su fin. El crepúsculo está cerca, y la hora de ir al cine de arte también. Iría con alguien más, pero hoy me siento con valor. Iré solo y fumaré un porro antes. Ojalá la protagonista no se parezca a ti, ni suene como tú, ni huela a tu cuello enmarañado en cabellos vaporosos. ¡Por Dior, que no se llame igual! Quiero seguir engañándome, ¿es eso mucho pedir?

Esta tarde, una más de tantas, no puedo dejar de pensar en ti.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Siempre caigo en los mismos errores...




Qué feliz estaba hoy. Generalmente estoy alegre por innumerables razones. La verdad siempre he sido un tipo con suerte. Pero hoy me bajaron de las nubes repentinamente.
Hace un par de días, mientras arreglaba unos papeles en mi cuarto encontré un papelito donde tenía apuntado el correo de una vieja amiga de la prepa. Después de algunos años sin contacto, hace unos meses me la topé en el centro y anoté la dirección de su correo, misma que tuve extraviada hasta esta semana en que apareció casualmente. Cómo son las cosas, hace una hora la encontré en el messenger. Nos saludamos, hablamos, actualizamos y nos sinceramos.
Entre broma y broma, no sé como surgió el hecho de que me gustaba: "Eres un mentiroso", me dijo. "Si tú eras el que no se dejaba", agregó.
"Nada que ver", respondí. "Si te estoy diciendo la verdad. La que no me pelaba eras tú". Ante mi sorpresa, respondió: "Al contrario, si eras bien callado y nunca dijiste nada". ¿Cómo hacerlo? Genuinamente la adoraba, era de mis mejores amigas, pero nunca me dio indicios de que el sentimiento fuera mutuo. Eran otras épocas, yo era más poeta y menos cínico. Por supuesto que le coqueteaba, pero nunca noté ninguna reacción. Era más joven y más cobarde, ¿cómo poner en evidencia mis sentimientos sin estar seguro de ser correspondido? Estaba seguro de que ella sólo me veía como amigo. Pero hoy, años después, ¡Zaz! Vino el madrazo directo al estómago.
"Eras de mis mejores amigos y a veces me abrazabas y me tomabas de la mano, pero nunca pensé que hubiera algo más", rememoró. "Hasta que me fui dando cuenta de que me enojaba cuando abrazabas a otras y supe en ese momento que te quería".
"¡Tómalo canalla! Ahí tienes, gancho al hígado", pensé hacia mis adentros. Me puse nervioso. ¿Cómo podía ser? "No, esta vieja me está cotorreando", dudé.
"Mentirosa, nunca me hiciste caso, no tenías ojos para mí", le reclamé. "Claro que sí, pero como veía que no hacías ni decías nada, decidí tratarte con indiferencia para no enamorarme de ti", se justificó.
"!Tómalo hijoeputa! Golpe directo a las costillas", me regañé internamente. ¡Puta madre! No podía ser verdad. Y sin embargo, lo era. Sí, la chica que me encantaba, mi amiga -y amante en mis fantasías-, sí, ella, la más guapa del salón, la chica más alta, linda, con piernas largas y cabello y tez clara, me quería. A mí.
¿A mí? Pero, ¿en qué momento lo que yo deseaba se cumplió y no lo supe ver? "Qué pendejo eres Ricardo, me cae que eres un imbécil", volví a recriminarme mentalmente. Por lo general, suelo regañarme y dar órdenes desde adentro, desde mí mismo. No sé porqué. Supongo que es la manera que tengo de disciplinarme. Esa autocrítica que tanto me ha dado en distintos aspectos de mi vida me estaba dando en la madre. Puta, que madriza monumental me estaba poniendo.
"Bueno, y tú, ¿por qué no hiciste nada?", indagué con curiosidad. "Sabes que era tímida para esas cosas", se defendió. "Además, empezaste a enamorar a María Eugenia y ahí supe que no te gustaba". (María Eugenia era otra chica del mismo salón, simpática y con bonito trasero, pero callada hasta más no poder y con una personalidad tan divertida como la de una piedra en carnaval. Le gusté brevemente pero no funcionó).
¿Qué podía hacer mi vida, si a ti te quería pero nanay? Era la prepa coño, yo era soltero, sin escrúpulos ni discreción -como hasta ahora-.
Continué convenciéndola: "Claro que me gustabas amor, recuerdo cuando fuiste con jeans y me quedé babeando" (el uniforme era una falda horrible a cuadros). "Me fascinaba ver tus piernas blancas, largas y con vellitos rubios", le dije mientras suspiraba con sinceridad.
"A mí me gustaban tus ojos verdes, tu altura y tu personalidad alegre", dijo con toda naturalidad. "Nos llevábamos bien y siempre pensé que haríamos bonita pareja", agregó casi leyéndome la mente, porque eso pensaba yo también en ése entonces.
"¡Me lleva la reputísima madre!", le grité al cabrón que vive dentro de mí. "No me digas eso corazón, que me estás jodiendo la vida...", pensé con verdadera angustia. ¡Qué horror! Saber eso después de tantos años me vapuleó en un instante y con justa razón. Pude haber sido más feliz en la prepa, de la mano con mi chica, una chica que de verdad me gustaba. Al contrario de habérmela pasado cogiendo furtivamente con la que fuera y bebiendo y fumando en antros de baja ralea (mmm después de todo no fue tan mala la prepa).
La verdad, en esa época leía mucha poesía, y estaba clavado con los románticos. Devoré a Goethe a tan tierna edad, y "María", de Jorge Isaacs, me dejó con una herida profunda (¿por qué se tuvo que morir María?). De encima, Neruda iba conmigo a todos lados con sus 20 poemas de amor y me encontraba fascinado con Manuel Acuña, el poeta mexicano que se suicidó por amor (para más información:
http://www.sementalitaliano.blogspot.com/).
En pocas palabras, quería enamorarme. En lugar de eso, seguí por el camino que me llevaría a ser lo que soy ahora -lo que sea que eso signifique-. ¿En qué momento te tuve que no lo supe? Y lo que es peor, ¿en qué momento te perdí sin haberte tenido?
"Recuerdo cuando una vez fuiste a mi casa a que te ayudara con la materia de inglés. Ese día quería besarte y fantaseaba con llevarte a mi habitación y ver tu piel blanca y desnuda, besando esas piernas hasta la perdición", le confesé en un arrebato. "Recuerdo ese día también. Fuiste por algo a la cocina y cuando regresaste te sentaste junto a mí, estudiábamos de la misma libreta y estábamos muy cerca. Pensé que me ibas a abrazar y a besar, pero no lo hiciste", evocó con tristeza.
"¡Con un demonio! ¡Me caigo al mar! Por favor, que alguien me desolle ahora mismo", sollocé de nuevo en mi podrido interior. Si hay algo peor que la incertidumbre, sin duda es la certeza. Ahora sabía -y recordaba- el momento exacto en que todo se fue al diablo. Por un beso. Un beso que no fue. ¿Puede haber mayor tortura que eso? Sí, la tortura china más refinada que ocurría dentro de mi ser en ese instante, y que era provocada por mi Yo actual. Lo merecía.
"¿De verdad pensaste eso?", me interrogó. "Sí, fantaseé sobre ello", respondí perdido en los recuerdos. Francamente, creo que ni ella ni yo podíamos creer tal coincidencia de pensamientos en un punto determinado del tiempo, 5 o 6 años en el pasado. Pero entonces, ¿por qué no se dio? ¿porqué no pasó lo que tenía -y debía- pasar? Ella misma me dio la respuesta.
"Así anduve un tiempo, pero me di cuenta de que no me querías porque siempre me hablabas de muchas chicas", concluyó. Pero claro que lo hacía, aunque me gustaba, nunca imaginé gustarle y no le vi nada de malo en contarle mis cosas, sobre todo si en mi interior no tenía esperanza de estar con ella. Sólo planes maquiavélicos y fantasías.
"Recuerdo un día especial en que decidí olvidarte y sacarte de mi mente y de mi corazón. Fue cuando después de las vacaciones llegaste al salón y nos enseñaste tus fotos del springbreak en Cancún. Me sentí celosa de ver que estuviste con pura gringa haciendo quién sabe que cosas y, en mi mente, no supe porque no me querías si yo también soy blanca, alta y huerita. Me sentí frustrada, y ver esas fotos me lastimó. Ahí elegí olvidarte", suspiró finalmente (bueno, eso creo).
"¡Reputísima madre!, la cagaste cabrón", grité en mi cerebro mientras deseaba beber cianuro con granadina. O sea que, una vez más, por andar ciego e insensible por la vida, no valoré la situación de las cosas y en verdad, ingenua y pendejamente, la lastimé sin saberlo. ¡Bien hecho! ¿Cuándo entenderás que hay cosas que ni a las amigas se les dice o muestra? Nunca puedes prever quién es la persona a la que le dices algo, ni qué podría sentir por ti. ¿A cuántas otras "amigas" habrás alejado de la misma manera?
Ni modo, espantaste a la paloma. En retrospectiva, ya has espantado a toda una parvada por la misma cuestión. "Es que eres muy coqueto", "te enamoras de todas", "a ti quién no te gusta", "te emocionas demasiado", "eres sincero, dolorosamente sincero, hay cosas que no quería saber", sólo por mencionar algunas de las que me han dicho y que de vez en cuando me siguen llegando. ¿Será que soy el único que no ve lo malo en ello? Honestamente, soy muy tonto para eso y no me doy cuenta de las cosas. Las digo inocentemente con la mejor de las intenciones. No puedo mentir a la hora de expresarme sobre las mujeres. Las adoro. Puedo mentir sobre otras cosas, pero sobre mi impresión de ellas no. Dicen que la belleza es verdad. Luego entonces, las mujeres son verdad. Soy ateo de profesión y devoto de las mujeres. Me postro ante ellas como nunca lo haría en una iglesia.
De nada me sirve, pero no puedo hacer nada para evitarlo. Tiempo después, mi chica que nunca lo fue, la del beso no dado, tuvo novio. Al salir de la prepa se embarazó y luego el asunto terminó en casorio. Adiós, adiós.
Hoy, años después, me enseña la foto de su hija: "¿Ves que linda me salió? Sólo le faltaron tus ojos claros...", finalizó maliciosamente.

Como dijo José Alfredo: "siempre caigo en los mismos erorres..."
¡Por Dior! ¿Hasta cuándo terminará la tortura...?