Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas

miércoles, 23 de abril de 2008

This is not a love song


"And i'm not sorry for the things I've done/
And i'm not looking for just anyone/
And i'm not sorry for the things i´ve said/
There's a wild man in my head,
There's a wild man in my head"
by Morrissey
Dices que ésta no es una canción de amor porque no te amo, porque no sientes que esté enamorado de ti, porque no te lo demuestro con mis acciones.

Yo digo que eres muy inteligente, pero que no sabes nada de nada mi vida. Las heridas del pasado y sus cicatrices te han curtido el corazón y la mente, ya que tu ceguera emocional te impide ver las mil y una razones que te contradicen en todos los aspectos posibles.

Siempre lo he dicho, eres muy mujer, demasiado mujer. Por eso me gustas. Y por lo mismo, cometes errores claramente mujeriles, como el de pensar que porque no me comuniqué contigo en 30 horas -ni siquiera dos días-, eso significa que ya no te quiero, que no pensé en ti, que te estaba evadiendo, que no me importas en lo absoluto.

Te esfuerzas en desechar mis excusas por simples -y por lo mismo válidas- para imaginar toda suerte de falsas quimeras e inventar motivos sórdidos para tratar de explicarte a ti misma mi ausencia. Pero no es así. Entiéndelo bien y fíjatelo en la cabeza: estaba en la playa, con la bermuda mojada, el celular lejos en el auto estacionado y sin crédito para responder a tus llamados. Mis amigos llevaban dos días de parranda y por lo mismo se quedaron sin carga en sus móviles. Lo mismo me pasó a mí poco después. ¿Te has puesto a pensar que después de tantas llamadas que me hiciste el celular se quedó sin pila?

Pero bueno, eso no importa. Tal vez fue mi error no haber encontrado otro medio para comunicarme contigo. Sin embargo, es tu grandísimo error creer que por una situación aislada como la anterior yo ya no soy el tipo que ha estado contigo durante meses.

Sigo siendo ése mismo hombre que una noche quedó maravillado cuando le lanzaste una rosa desde un taxi en movimiento. La atrapé con la mano izquierda, la que está más cerca de mi corazón. Continúas sin entender que mi vida -y mi amor- está compuesto de pinceladas del recuerdo, de esos momentos en apariencia insignificantes que se han quedado tatuados en mi memoria. Si esa rosa se encuentra guardada entre los pétalos de El amor en los tiempos del cólera, no era algo que debías saber. Son cursilerías mías. La página, el parráfo y el libro en el que está reposando, tienen un simbolismo que sólo es importante para mí.

Sigo siendo ése mismo hombre que una noche de luna llena de diciembre, bailó contigo y con John Coltrane bajo la luz nocturna, girando en una espiral interminable, con un aliento largo y profundo, más no por ello sosegado con tu cercanía. Supe en ese momento que era algo que debía grabarme para recordarlo siempre; ninguna mujer había hecho realidad mi fantasía romántica y jazzera como tú lo hiciste en un segundo y sin siquiera proponértelo. Fue tu mérito, iniciativa tuya nada más.

Sigo siendo ése mismo hombre que volvió a sentir la poesía gracias a ti, porque a pesar de nunca haber dejado de leer versos, cada vez los percibía más distantes. Simplemente no me llegaban, no como mi amada prosa y mi querida narrativa. Pero un día en el que tú ya estabas dentro de mi vida, al recorrer con mis ojos varios poemas, algo cambió en mis lecturas. Volviste a despertar a mi Yo dormido, al amante, a ése que sepulté hace mucho tiempo, que se quedó sin madurar sus emociones desaforadas preparatorianas. Revivió el poeta que se lamía las heridas oculto dentro del viejo cínico que tú conoces.

Sigo siendo ése mismo hombre al que le quitas el sueño con tu risa traviesa, con tus agudezas mentales, con tus miradas expresivas, con tu inteligencia deslumbrante, con tus lágrimas dolorosas, con tus citas y lecturas, con tu olor que me marea, con tu humor negrísimo, con tu sabor que me intoxica, con tus contradicciones, con tu trasero de mármol griego, con tu sinceridad hiriente.

Sigo siendo ése mismo hombre que te escribe, que te lee, que te imagina, que te siente en plenitud. El que te encuentra en el paraíso de la abstracción literaria, el refugio inviolable de la perra vida, del sucio mundo y sus entiznados habitantes que se solazan en su propias excreciones miserables. Ahí, las personas pueden ser seres prístinos, puros y creadores, transformando su alrededor a su antojo, aportando cada uno su contribución a la belleza, al arte.

No seas tan pronta a desechar y desestimar estas cuestiones, no son fantasías ni tonterías de un enamorado o de un idealista romántico. Ése lugar existe: éste cabrón hijo de puta lo ha atisbado en ocasiones. Al final del día, lo mejor que podrá ofrecerte cualquier persona será la llave, la concepción de ese sitio fuera de lo tangible en donde nunca estarás sola, en el que siempre podrás encontrarme reordenando las palabras con cincel y martillo, escribiéndonos un par de tragos para beber mientras diseño un árbol que nos refugie en su sombra, una cajetilla, un encendedor y, si la historia lo amerita, una cama temblorosa por el huracán de nuestros estertores que se aproxima...

Maldita, ¿con quién más habría de compartir eso? La que sigue siendo ésa misma mujer que una noche me maldijo gritando en pleno éxtasis. Sólo para nosotros -un par de locos esperpentos jodidos por la postmodernidad- maldecirnos constituye una muestra de cariño o pasión. Carajo, hace falta uno para comprender al otro. Dirás que me equivoco, no podría esperar menos de ti. Pero no; tienes razón, no te amo. Amor es una palabra muy débil para lo que siento. Te amro, te amoa, te ammo, te mamo, te amao, te omao o algo así.

Puedes creerlo o no, eso no es lo importante. Es algo mío. Me sirve en la vida cotidiana y no se trata de convencerte. No es mi problema. Como dice en El Origen del Amor: "Niégame y serás condenado". O, como diría Annie Hall: "Oh bueno, la-di-da, la-di-da..."

martes, 22 de abril de 2008

Chupingo de Resurrección


10AM. Abro los ojos. ¿Qué diablos pasó ayer? ¿Qué ha pasado en los últimos días? Carajo, ¿qué chingados ha sucedido durante los anteriores 23 años? No lo sé y no quiero ni pensar en ello. La espalda me duele, me encuentro acostado sobre una tabla. A mi alrededor hay tipos tirados en el suelo. Henry se retuerce en posición fetal junto a la mesa. Al lado hay un tipo vomitado y en el piso sus jugos gástricos reposan desagradablemente.

¡Maldición! No tengo ni mi cartera ni mi celular. La tarde anterior los puse en la bolsa de Sory antes de meterme a la piscina. Sé que durmió también en La Casita pero ahora ya no está, se ha ido. ¿Y ahora qué hago? Me levanto y camino entre la guácara y los ronquidos. Salgo a la calle, mi padre vive no lejos de aquí, del otro lado de la avenida. Me encamino hacia allá.

"No se encuentra", me dice la muchacha del aseo. Sin embargo, a pesar de no conocerme me deja pasar a robarme una coca cola del refrigerador. Regreso a La Casita, no hay otra opción. Me encuentro con Gato saliendo del trono; me presta su celular. Por suerte, Sory contesta. Se ha replegado en su casa para lamerse las heridas, pero piensa volver al via crucis con mis cosas. Perfecto, a esperar.

Poco a poco los maltrechos apóstoles del mal van despertando. Los primeros en salir a la terraza somos Henry, Gato y yo. Hay mucho calor. Revisamos la nevera y sucede el primer milagro del Chupingo de Resurrección: quedan proverbialmente 3 latas de Tecate. ¡Alabado sea el santísimo!
Cuando suceden ese tipo de cosas en serio me dan ganas de creer en Jebús. O en Buda, Kali, Coahtlicue y Kukulkán; la deidad que me proporcione lo necesario para beber y fumar tiene prometida mi devoción eterna.

Las cervezas pronto se acaban y sucede el segundo milagro del día: aparecen dos botellas de vodka. "Levántate y anda", le dije a Lázaro. Y Lazarillo fue por unas toronjas y un galón de jugo de naranja. También Héctor se levanta sin que nadie se lo pida; Doña Gilda, su madre, continúa en la casa pero está por marcharse, no sin antes poner a todos a recoger el desmadre y al tipo vomitado a lavar su cochinada. Jajajá, ¡bien por ella!

Sory llega después fresca y rozagante como la virgen al pie de la cruz. Su camioneta está hecha un cochinero y pretende que entre trago y trago la lavemos. Ya ni pedo, ¿cómo decirle no a ésa mujer? Gato saca la manguera y los demás nos hacemos pendejos, pero sucede lo inevitable: empieza la guerra con agua. Todos acabamos mojados. Me sentí como en una película gringa de adolescentes mientras jugábamos al carwash.

Yo acabo en la piscina, mi piel aún me arde por la quemazón en la playa. Despabilados por los manguerazos, continuamos esperando la resurreción del bendito. Pero mientras eso pasa, hay que seguir bebiendo. Pronto llega Misty y compañía. Ya con varios apóstoles reunidos, se junta el diezmo para comprar un cartón de caguamas. 12 botellas para media docena de feligreses. Me parece buen promedio, el vodka no durará tanto como el vino en las bodas de Canaán...

Así continúa la tarde. Al crepúsculo Sory decide irse a Tekax a pesar de nuestros ruegos. Yo me acuesto un rato a dormir en la hamaca junto al conbebio. Al rato toda la cofradía ha disminuido. Es hora de marcharse. Gato tiene trabajo en el centro, así que decidimos irnos con él. En el trayecto el vomitado y Henry se bajan. Seguimos tomando en el auto, nos trajimos un par de caguamas sobrantes.

Al llegar al centro de la ciudad, antes de despedirse Gato propone que lo espere para continuar embriagándonos en algún sitio. Le digo que me quedaré por ahí a beber una cerveza mientras sale, ya que pensándolo bien he decidido ir al Mayan Pub a ver si de casualidad hay algo digno de verse y beberse. No sé porque somos unos hijos de nadie que nunca queremos regresar a casa.

No obstante, el bar se encuentra muerto como era de suponerse. Es una señal divina, ya se acabaron los milagros. Ya es hora de partir al hogar. Camino ebrio por las calles nocturnas de mi ciudad, fumando y delirando con música que mana de mis audífonos. Verdadera música celestial. Al fin se ha acabado la Semana Santa y un largo weekend de 4 días. Cuando caigo sobre la superficie de mi cama, con una sonrisa me duermo como niño dios en pascua...

miércoles, 2 de abril de 2008

Mamábado de Gloria


4PM. Arribamos a Mérida sin morir en el intento. Haber sobrevivido una vez más me da el empuje que necesito, aún no es hora. Algo me depara la existencia y tengo que averiguarlo. Extraerle la médula a la vida, follarme a las parcas sin lubricante. Qué frío.

La retahila de automóviles en la curva que desemboca en La Casita no termina de sorprenderme. Ebrios, sucios y despeinados ingresamos. Traigo el cabello suelto. Cuando me suelto la melena es que estoy en plan de Australophitecus Afarensis; es decir, la bestia ha sido liberada. Le tengo miedo a la bestia, cada determinado tiempo surge. Se ha debilitado, ya no acaba tirada bebiendo lo que esté a su alcance aun cuando no pueda ni ponerse en pie para rejurgitar. ¿O es que la bestia es más salvaje que nunca?

Como sea, quedo en shock cuando veo los 6 barriles estibados junto a las neveras. Miro a Sory y mutuamente alzamos las cejas. Te amo pero no nos hagamos pendejos. Hay un trabajo por hacer. Las jarras fluyen como si fuera boda oaxaqueña. Hay un chingo de gente. Una banda de rock ameniza la tarde con puros revivals. Perdonen mi exceso de puntuación, pero para este momento percibo el panorama como en escenas de películas. Escribo el guión de mi pasado y las secuencias como las vi ese día. Es un plano abierto y desenfocado...

Las espaldas y los hombros nos arden. Haber olvidado el bloqueador solar nos cobra su cuota. No lo pienso demasiado y Lizette nos sonsaca. Es hora del retorno a nuestro origen primordial, al caldo de cultivo que nos compone: es necesario el piscinazo. Las mujeres se cambian, yo me limito a quitarme la playera. ¡Por Dior! Me encantan los bikinis. Amo a las féminas semidesnudas y mojadas, no en afán perverso sino contemplativo, de ese que produce placer estético.

La cereza en el pastel es la bandeja inflable que flota ondulante en la piscina. De nuevo los tragos nos siguen a donde quiera que vayamos. Me parece bien, que todo fluya ininterrumpidamente, es el tercer día de borrachera y me siento pedo pero estable; traigo las riendas bien agarradas. Al diablo con mi cerveza, alguien me está convidando vino. Perfecto, ya ha oscurecido y el agua está helada. Sory tiembla a mi lado mientras fuma y moja la boquilla del cigarro con sus dedos.

Ya reanimados con el remojón, regresamos a la fiesta. En realidad nunca nos fuimos. El padre de Gato, Don Héctor, se encuentra sentado solo en una mesa. Nos acercamos a saludar. A pesar de que en varias ocasiones anteriores ya me he presentado al parecer el señor no me ubica y me espeta un saludo seco. En eso, escucha que alguien me llama "Tatto". -"¿Tu eres Tatto?", me dice con renovado interés. Sorpresivamente se levanta de su silla y ahora sí me saluda con mucho gusto. Es un ávido lector del Por Esto!, periódico donde trabajo. Al verme mojado y desgreñado, seguramente el señor no daba un quinto por mi persona. Todo cambia al saber que soy uno de los que él lee cotidianamente. ¿Por qué la gente es así? Se apresuran a emitir juicios a priori basados únicamente en la apariencia. En fin, terminamos charlando largo y tendido de diversos asuntos en materia cultural mientras bebemos entre caballeros. ¡Qué diferencia!

Pronto y para entrar en calor, una expedición furtiva se arma en dirección a la calle. Algún sensato ha decidido sacar un porro para avivar las brazas de nuestra inconsciencia. Bien, como si mi mente no estuviera ya lo suficientemente trastornada por las brumas del alcohol. Para ese punto Barbie, Rox y Raúl ya han llegado a la fiesta. Los ánimos se refrescan y la bacanal continúa. Al final de la intervención de la banda, nos ponemos "headbangers" por unos minutos mientras la madre de Gato salta y rockea con nosotros. Maravillosa señora.

Ya sentados a la mesa principal con Don Héctor, Misty la festejada y Doña Gilda, libamos sin tregua mientras la sorpresa de la noche se manifiesta en la forma de un trío de trovadores. Los tipos tocan de todo, tienen un repertorio bastante animado. Tocan unos bossanovas y hasta música cubana con sus propios arreglos. Cuando interpretan Lágrimas Negras mi mente vuela hacia Erika y bailo con su recuerdo, estrecho su cintura etérea y cuando despierto, lo único que tengo entre mis manos no es su talle sino mi trago. Llevo una semana sin saber de ella y mi mente juega con su ausencia.

Después el trío toca Desafinado, de Jobim, un bossa ad hoc para danzar sabroso mientras uno está borracho. Saco a bailar a Sory quien al principio se resiste. Pero la música se saborea al instante y nos movemos muy cerca, pegadito y suavecito como debe ser. Hemos bailado juntos muchas veces pero nunca así. Ambos suspiramos anhelantes por nuestros respectivos difuntos que ya no volverán. No los necesitamos. Al girar interminablemente me dice: "Estoy muy borracha, no puedo bailar bien". "Yo tampoco mi vida, pero qué importa, se siente chido", le respondo. En un arrebato piensa en voz alta y me confiesa: "Esto quisiera tener, alguien con quien bailar así para siempre". Le prometo que mientras ambos estemos vivos, ninguno tendrá porqué bailar solo nunca más, no importando que pase con las relaciones personales de cada quien. Me estrecha fuerte y el vaivén prosigue...

Cuando se acaba el trío, comienza la fiesta de los beodos con el ánimo desaforado. Música guapachosa, salsas, cumbias y el ineludible reggaetón. Tengo un problema: estoy pedo y me siento capaz y con humor de bailar lo que sea. Mi voluntad se ha diluido entre whiskys, rones y cervezas. Nunca bailo y todos lo saben, con excepción de cuando estoy realmente borracho. Lo malo es que todas mis amigas me hacen bulla. Ya no hay marcha atrás. Antes de que me dé cuenta, bailo con todas de aquí para allá. Bendito entre las mujeres, es hora de perrear (en el buen sentido de la palabra por supuesto).

Así se desenvuelve la fiesta y Doña Gilda sigue dando la nota alta al bailar con nosotros; todos nos divertimos como enanos. Satisfecho me siento en mi lugar: ahora sí estoy bien puesto. Puestísimo y borrachote como me gusta estar. Bebo lo que sea que me den, un trago por aquí, cerveza por allá, un cigarro acullá. Ya no siento nada, me da igual. Tengo el Síndrome del Hombre Congelado de Bukowski. Por eso me gusta ese cabrón, dio en el clavo de mi existencia.

Después muchas cosas suceden pero yo ya estoy en piloto automático. Adiós a todos, estoy pero no estoy. Abrazo la neblina etílica que pulula en las cumbres de mi cerebro. Sólo quiero estar conmigo mismo en la nada, en mi interior. Sonrío y platico. Me dejo tomar fotos; en apariencia todo está bien, pero como diría José Alfredo: "Ya va mi pensamiento rumbo a ti..."

domingo, 30 de marzo de 2008

Bebiernes Santo


10AM. Abro los ojos. Puta, sigo en casa de Sory. Ella y Naty duermen aún. A las 9 debía estar en el desayuno anual del Por Esto! al que me habían invitado, el plan era ir con Sory. Ya ni pedo, será el próximo año. Me lamento en silencio.

Me la estoy pelando, así que decido hacer algo útil y comienzo a limpiar el tiradero de la noche anterior. Lavo trastes, recojo basura y barro el suelo. Alrededor de las 12 Sory baja y me encuentra todavía con la escoba en la mano. Se maravilla de encontrar la casa limpia y a mí tan industrioso. Naty se sorprende, y agrega que era mi deber. Jajaja. Nunca cambia su carácter.

Mientras hacen el desayuno-almuerzo, decidimos irnos a acampar a la playa. Pero Naty, su hermanita, prefiere irse a Playa del Carmen, donde ella vive y trabaja. Se marcha.

Sory y yo nos disponemos a ir cuando Héctor decide unirse. Tendremos que pasar por su casa a recogerlo y luego a la mía, necesito mis cosas y saquear un poco de latería y un vino. Ya estamos en camino con el primer six de chelas y el soundtrack de la película de la noche anterior sonando en el estéreo del auto. Llegamos a Chelem y hacemos una parada técnica en mi casa del puerto para alimentarnos, mi familia está ahí. Después, cuando ya ha oscurecido un poco arribamos a Ixtul, el sitio elegido para acampar. Se encuentra después de Chunurná, cerca de los arenales.

Todo está desierto. Con no poco trabajo armamos la casa de campaña envueltos en la potente brisa marítima y la oscuridad de la noche. Lo logramos. Continúa la bebedera.

De pronto, a pesar de las velas, la luna llena aparece y logra iluminar toda la playa y deja ver nuestros rostros decadentes y grisáceos. Platicamos chido y orinamos en la arena. Perdonen mi descaro, pero qué hermoso es orinar desde un montículo de arena blanca, con el viento en el cabello, mirando el horizonte, las estrellas y la luna, totalmente en paz y serenidad. Son de esas meadas para el recuerdo...

Después de exorcizar un rato a nuestros demonios, Sory decide irse a dormir a las 2AM. La comprendo, no para todos es el insomnio etílico. Héctor y yo aprovechamos para tener una charla de caballeros que habíamos postergado. Nuestra amistad se refrenda porque nos ha aquejado la misma cruz en tiempos distintos pero no lejanos. Se puede platicar y beber chido con él y viceversa, ambos lo sabemos. Deberíamos hacerlo más seguido. Sólo un diálogo de hombre a hombre, de homo vinis a homo vinis.

Nos amanece con el corazón en la mano y la botella en la boca. Comenzamos a tomar puros secos ya para irnos a dormir contentos. Sory duerme profundamente y un menage a trois me cruza como una ráfaga en la cabeza. Pero nahhh. Mejor dormimos, que a esa mujer ni dos cabrones la levantan una vez que se acuesta. Para variar, ser un titán me perjudica: acabo durmiendo con mis pies afuera de la casa de campaña.

11AM. Sory nos despierta para ir por unas caguamas para desayunar. Luz, demasiada luz. Mis ojos color caribe no la soportan. Ya con lentes y medio pedo, me encaramo con ella en la camioneta para ir por las chelas. Condenada, se ve muy bien en bikini. Arranca y mientras retrocedemos decide girar ahí mismo y la llanta se hunde en la arena. Puta madre. Sedientos y desvelados bajo el sol del mediodía, Héctor y yo comenzamos a cavar...

Después de dos horas y un poco de ayuda logramos salir. Héctor se queda asando las hamburguesas en la parrilla. El plan prosigue según lo acordado. Regresamos con las chelas y listos para un chapuzón. Héctor se niega a pesar de tener dos días sin bañarse. Como sea, el se lo pierde. De antemano sé que ese baño en el mar es el remedio ideal para sentirnos como nuevos y seguir la fiesta. Así es. Sory y yo bebemos en el mar, la caguama nos sirve de flotador. Se siente tan a toda madre, que acabo saliendo del agua para hacerme de unos cigarros. El porro que nos fumamos antes me pone alegre. Eso es todo, pacheco, asoleado, en el agua con una mujer guapa bebiendo y fumando a nuestras anchas. Eso es vida y no pendejadas.

Salimos, comemos las hamburguesas, recojemos el campamento de prisa y nos dirigimos de nuevo a Mérida: Misty, la hermanita de Héctor, cumple años y la bacanal se encuentra dispuesta a recibirnos en cuanto lleguemos.


De nuevo ebrio, cansado, lleno de arena pero con cigarros y unas latas de cerveza bajo las piernas. Héctor se duerme en el asiento trasero y Sory conduce media peda y todavía en bikini. Si he de morir que sea en compañía de semejantes amistades. La vida es buena conmigo, me ama, a pesar de que a veces coqueteo con la muerte...

martes, 25 de marzo de 2008

Juebebes Santo


Para hoy fui convocado a un tour cantinesco, una especie de via crucis no en busca de la espiritualidad, sino de bebidas espirituosas. Antes de acudir a la cita, al mediodía tuve un compromiso en el Centro de Artes Visuales, para charlar y entrevistar a un par de fotógrafas de La Esmeralda (Escuela Nacional de Escultura, Pintura y Grabado). Al finalizar, me fumé un cigarro con ellas mientras les preguntaba si sabían de diplomados o maestrías en literatura en las diversas escuelas de Chilangolandia.

1PM. ¡Ya es la hora! El sitio elegido para honrar los días de guardar es El Gallito, justo a la vuelta del CAV. Genial, de vez en cuando tengo la suerte de aparentar ser puntual. Cuando entro a través de sus puertas de abanico, veo que Raúl espera solo con una cerveza. Lo saludo y a los 5 minutos llega José, el artífice de la irreverencia para con la semana santa. Al sentarse nos dice que Agustín no va a llegar.

Mmmta. Le marcan al celular y logran sonsacarlo. Ya está en camino. Por otro lado, Jorge llegará tarde, cuando salga del trabajo. Entretanto le timbro a Sory para saber si siempre sí va a acudir a la cita. No contesta la condenada y tampoco Rox a la que ya le he enviado un mensaje con nuestra ubicación.

Poco después ya están Agustín y Jorge. Al parecer hoy será tarde de caballeros. Los 5 charlamos sobre literatura, políticas culturales, proyectos a futuro y eventos próximos. Al parecer la Red Literaria del Sureste que conformamos tendrá un año lleno de actividades. (http://www.redliterariadelsureste.blogspot.com/)

Las botanas y los tragos van variando en cantidad e intensidad respectivamente. Hoy decidí no tomar cerveza, hay que cuidar la línea. Mi dieta del día consiste en puro ron Castillo, pintado, con mucha tinta por favor. Qué bien se siente no empanzarse, me ayuda a manejar mejor la comida deglutida a lo largo de la tarde. Unos cacahuatitos plis.

Poco a poco nos dejamos de mamadas para seguirnos mamando. Ahora se habla sobre deportes y chacoteamos sobre la vida de algunos personajes y conocidos del entorno yucateco (los hombres no chismean, chacotean). Afuera ya va oscureciendo. Qué rápido pasó el tiempo, y yo que creí que sólo nos tomaríamos unos cuantos tragos. Me dio gusto saber que la cosa sí iba en serio. Otro pintadito plis.

Como que los ánimos comienzan a decaer y José empieza a bostezar. Raúl nos acompaña pero ha dejado de beber. Agustín ya se ha marchado. Me empiezo a preocupar un poco, ya ando picado y se me hace que se van a rajar. Sin embargo, Jorge no me decepciona. También tiene intenciones serias. En verdad es el tipo más serio que conozco, todo un ejemplo, lo que sea que haga lo hace bien. Ya sea leer, escribir, trabajar, investigar o empedarse (así quiero ser de grande).

"Cómo que ya te vas José, ¿pos no tú nos convocaste al tour de las cantinas? Ándale, bebe otra copa, por haberle parado ya te entró la hueva". Lo comprendo, a mí siempre me pasa lo mismo. Por eso no dejo de beber, porque entonces me entra la dormilona o se me corta la peda y así ya se jode la cosa. ¡Y la cosa no se puede joder!

Total, que pedimos la última del Gallito. Pero Jorge de buen talante nos hace una oferta que no podemos rehusar: "Vamos al Lucero del Alba o a La Taberna, yo doy una tanda". ¡Eso maestro, así se hace! Era el impulso que necesitábamos como excusa para continuar la peda. Caminamos hacia ahí, ya es de noche en Mamérida la blanca. Lo más granado de la intelectualidad yucateca zigzaguea por el parque de Santa Ana. Qué bonito, qué bonito.

Llegamos al Lucero del Alba, que por suerte sigue abierto. Pedimos la primera ronda y nos llegan unos ricos tacos de relleno negro, flautas, papadzules y otras deliciosas viandas. Es hora de la cena y de enderezarnos con algo en el estómago. En eso, recibo un mensaje de mi padre que ya se dirigía al Gallito para curarse la soledad. Le digo que estamos en el Lucero, pero cuando entra como quien no quiere la cosa se dispone a sentarse en la barra. Con la mano le hago señas para que venga con nosotros. Tal vez al ver a puro señor se cohibió, porque a veces cuando me alcanza en algún lugar me encuentro con amigos de mi edad y esta vez fue la excepción. Sólo Raúl es un jovenazo como yo, José y Jorge tienen de cuarenta años para arriba.

Mi padre también da su tanda, así que la última copa se prolonga un par de veces más. Finalmente, el mesero se nos acerca y nos dice que ya va a cerrar. Satisfechos por haberle ganado al horario, nos despedimos en la puerta del Lucero.

Pero mi jueves aún no termina, Sory me ha llamado para ir a ver una película a su casa: 2001, Odisea en el espacio (Kubrick). Le digo que sí sin pensarlo. Ella no lo sabe, pero un par de días antes falleció Arthur C. Clarke, el autor del cuento The Sentinel en el cual se basó el guión de la película. En fin, decido lanzarme a su casa para terminar de emborracharme viendo buen cine.

Al llegar a casa de Sory, me di un duchazo, fumamos un porro y fuimos por el trago, otro Ron Castillo para no variar la ingesta del día. Al parecer iba más gente a "ver" la película, pero ¡oh contrariedad!, en el Blockbuster no tienen 2001 Odisea en el espacio. Maldición. Ni modo, pero en su casa hay un buen de películas suyas, mías y de otros. Nos pusimos a conectar el cañón y mover su sofá para emular el cine.
La película elegida fue Hedwig and the angry inch (John Cameron Mitchell), genial musical de rock que a través de mí lo conocieron Torte y Gato una noche en que estábamos pedos y los convencí de ir a verla al Cineclub Goya. Paulatinamente se volvió del gusto de toda la banda en general, por lo que en unos meses todos la vieron y todos bajaron el soundtrack y todos se saben las canciones y todos quieren ser transgénero...

La cuestión es que después de verla llegaron más contertulios con sus respectivas dotes, por lo que la peda continuó apoyada audiovisualmente por videos de You Tube y fragmentos de películas. En determinado momento todas las mujeres se pusieron a bailar con la música de The Rocky Horror Picture Show: "I´m a sweet transvesti, from transexual, Transilvaniaaaaaaaa". Creo que tenemos una parafilia cinematográfica consistente en iconizar las sexualidades más diversas y flamboyantes (o sencillamente nos gusta loquear).

Debo admitir que también canté esa rola, aunque cuando siguieron bailando bajo las instrucciones de Time Warp definitivamente me rendí y seguí bebiendo con los machos presentes -eso sí, tomé fotos a las retaguardias danzantes de las chicas que gustosas posaron-. Mas o menos así siguió la noche, hasta que todo se fue consumiendo y el amanecer llegó. De nuevo me encontraba atrapado, ebrio, cansado y sin cigarros...

jueves, 13 de marzo de 2008

Cuántas formas de evadirte (o de al menos intentarlo)


No puedo dejar de pensar en ti. Esta tarde, una más de tantas, se la has robado a Dostoievsky, a los miles de albumes de jazz que esperan ser escuchados y hacerme sentir el blues del hombre, a los insulsos reality shows que por más que lo intento no pueden distraerme de ti, a los churros que en lugar de animarme me han puesto introspectivo y, por ende, más vulnerable.

Esta tarde, una más de tantas, me he propuesto evadirte con resultados irregulares. Generalmente en las mañanas puedo ocuparme lo suficiente para no dedicarte más de dos o tres pensamientos; pero a medida que llega la tarde, el soponcio del calor y la digestión me restan alegría, ánimo, y paulatinamente me sumergen en el silencio de la abstracción, de los pensamientos que chocan entre sí desaforamente, mientras intento alcanzar esa zona de evasión que es la siesta. A veces logro hacerlo. Hoy no.

No puedo dejar de pensar en ti. Sabes que sufro de ansiedad. Cuando se me acaba el aliento y la arritmia me engaña al sentir que muero por instantes, confundo esos sintomas y enciendo un cigarro. Maldito vicio. Bendito tabaco que ayuda a evadirme. La opresión en el pecho no es un sentimiento, es sólo que necesito un toque. Una boquilla que me haga exhalar besos alquitranados.

Esta tarde, una más de tantas, me obsesiono por el afán del olvido, del no me acuerdo, del no me olvido que no quiero acordarme ni de ti, ni de mi, ni de ambos, ni de todo. Ya sabes cómo me gustan los juegos semánticos, aunque no sea bueno con ellos. Maldita. Te odio porque lees, porque vives la literatura al igual que yo. En un país de pocos lectores, la literatura había sido mi cobijo, refugio compartido tan sólo por unos cuántos. Pero ahora ni siquiera ese último resquicio de mi intimidad permanece inviolable por tu presencia. Que si tus ojos ya pasaron sobre las mismas letras, que si cierta cita te gustaría, que si una línea en especial me tendió una zancadilla que me hiciera caer de bruces frente a ti, que si el talle de la protagonista me recuerda al tuyo, que si muchos de tus argumentos se ven respaldados -y refutados- página tras página. Dialogo contigo, discuto contigo, me revuelco contigo, me peleo contigo sin que lo sepas. ¡Coño! Ya lárgate de mi libro. Déjame. Quiero estar solo.

No puedo dejar de pensar en ti. Soy un egoísta. Lo que era sólo mío me lo has robado. No me gusta compartir mis evasiones, pero lo hice. Ahora, ¿adónde puedo marcharme? Si bebo en demasía de repente te apareces nadando desnuda en el fondo de mi vaso, a veces desapareces con tan sólo remover los hielos... Si ando borracho y suena una canción de esas que odio, de la nada me pueden dar ganas de bailar contigo y eso que no me gusta y no sé bailar. Eres una metiche. Ya salte de mis fantasías etílicas.

Esta tarde, una más de tantas, recurrí a la música. El jazz ya no me estaba funcionando, así que puse música cubana guapachosa pa´alegrarme el espíritu. Mambos de Benny Moré y Pérez Prado, salsa de Omara Portuondo. Maldita sea, justo cuando me empezaba a animar, caigo en la cuenta de que también tienes relación con sus lágrimas negras... ¿Hay algo en lo que no te hayas metido? ¿Algo que no compartamos? Lograste lo que a muchas otras ilustres difuntas les faltó: meterse en los cimientos y la estructura que no sólo conforma mi ser, sino el diseño sobre el que he construido mi vida.

Por eso hoy decidí recurrir a la escritura, un espacio menos tocado por ti afortunadamente, porque si no me quedara al menos eso, ya no me quedaría nada. Sin embargo, héme aquí escribiendo sobre ti. Irónica contradicción, al igual que tú, que ambos, que todos. Aún así, me da gusto saber que ya lo voy logrando. Menuda broma cósmica la de escribir sobre ti para ya no pensarte. De esas bromas en las que no sabes si reír o llorar. Jajajá. Sniff.

Unas más de tantas, esta tarde, ya va llegando a su fin. El crepúsculo está cerca, y la hora de ir al cine de arte también. Iría con alguien más, pero hoy me siento con valor. Iré solo y fumaré un porro antes. Ojalá la protagonista no se parezca a ti, ni suene como tú, ni huela a tu cuello enmarañado en cabellos vaporosos. ¡Por Dior, que no se llame igual! Quiero seguir engañándome, ¿es eso mucho pedir?

Esta tarde, una más de tantas, no puedo dejar de pensar en ti.

miércoles, 30 de enero de 2008

El último escritor maldito:



Digresiones en torno al nihilismo en la obra de Bukowski
Por: Ricardo E. Tatto

Estas líneas las escribo sin miedo. Durante tres días la idea de hacer este ensayo se ha estado gestando en mí, y ante mis dudas, me avoqué a investigar su teoría, convirtiéndome así de la nada, en discípulo de José Luis Gómez-Martínez.
Lo curioso de la teoría del ensayo literario, es que en lugar de ayudarme a resolver mis dudas y decantar mis inquietudes en alguna dirección específica, más bien me ha abierto un panorama infinito y rebosante de vericuetos por los cuales internarse, teniendo como vehículo mis propias palabras y mi intuición. En el ensayo reina la subjetividad, y nada mas subjetivo que un sujeto escribiendo sobre otro.
Pero basta de reflexiones precoces, que mi única pretensión en este texto es ejercer un diálogo conmigo mismo, siendo que soy la única referencia que tengo de un probable lector; así que mas conviene darle gusto al gusto y de una buena vez reflexionar sobre lo que me agrada.
A Bukowski le gustaba rascarse los sobacos. Así lo expresó en una entrevista con la periodista Fernanda Pivano hace algunos años. A mí no me gusta rascarme, pero en cambio, si me gusta dicho autor.
Charles Bukowski nació en 1920 en Aldernach, Alemania. Empezó a escribir a temprana edad y publicó su primer relato por primera vez en los años 40. Entonces Bukowski dejó la escritura por el mundo laboral y los bares, no publicando, no escribiendo, y así siguió el mito por cerca de 20 años.
Diez de esos años fueron desperdiciados de un trabajo a otro, de una residencia a otra, de la costa este a la oeste de Estados Unidos.
Los otros diez años, Bukowski trabajó para el servicio postal de la ciudad de Los Ángeles, un empleo que no requería esfuerzo excepto por la fuerza para presentarse y la paciencia para realizar operaciones simples y monótonas. Durante ese periodo, su vida surcó los límites entre la locura y la muerte, los cuales son temas que prevalecen en su obra.
Y precisamente su obra es marcadamente nihilista, y aunque él mismo no lo menciona, es claro que se apuntala en tal postura, siendo ésta una posición filosófica que argumenta que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera realmente objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior. Los nihilistas pueden creer una de estas tres cosas:
*Que ninguna finalidad o propósito superior existe. Solo hay nada.
*Que la realidad que experimentamos los humanos no existe tal y como la vemos.
*O que la realidad es incognoscible, por lo que entenderla siempre será inútil en lo práctico y sin sentido en lo teórico.

Es la negación de todo principio, autoridad, dogma filosófico o religioso. El nihilismo hace una negación a todo lo que predique una finalidad superior, objetiva o determinista de las cosas, hace ese énfasis negando la idea de progreso en la Historia. Por tanto, es contrario a la explicación dialéctica de la cronología humana.
En cambio, es favorable a la perspectiva del devenir constante de la historia objetiva, sin ninguna finalidad superior. Es partidario de las ideas vitalistas. De deshacerse de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida más completa.
Esto se demuestra en propias palabras de Bukowski “El vino mejora si envejece en condiciones. No estoy metido en ninguna competición con nadie, ni pienso en la inmortalidad; me importa un carajo todo eso. Es la acción mientras estás vivo. La verja bajo el sol, los caballos que se abalanzan entre la luz, los jockeys, esos valientes diablillos con sus brillantes blusas de seda, yendo a por todas, corriendo a toda pastilla. La gloria está en el movimiento y en la osadía. Al carajo con la muerte. Es hoy y es hoy y es hoy.”
En contraste, esa afirmación de Bukowski se asemeja en sentido y en profundidad a una hecha por Henry Miller: “Qué puñeta, yo ya he pasado por todo eso… hace muchos, muchos años. He terminado de vivir mi melancólica juventud. Ya se me da un huevo lo que dejé atrás o lo que me espera. Estoy sano, incurablemente sano. Sin pesares ni remordimientos. Sin pasado, sin futuro. Me basta con el presente. Día a día. ¡Hoy! Le bel aujourd´hui!”.
Ambas visiones, poderosas en su manifiesto arraigo por la vida, concurren en su afán de extracción medular y, por consiguiente, constituyen una clara adhesión hacia la inmediatez de lo que nuestra presencia en el mundo puede ofrecernos.
Esa postura, adquiere un valor aún primordial en los tiempos en los que vivo. Incontables veces –debo confesarlo-, el temor a la nada, a la intrascendencia, al anquilosamiento, me han llevado de la mano hacia la búsqueda exacerbada de experiencias vigorizantes que me hagan sensibilizarme y condonen el tiempo perdido en las actividades que son homogéneas para cualquier estudiante e hijo de familia.
La premura por devorar experiencias y acumular conocimientos de primera mano, han provocado en mí unas ansias por vivir excesivamente que a duras penas puedo controlar. Con la ayuda de la sociedad que anda tras mis pasos, convenientemente se logran sofocar estos impulsos, aunque nunca por demasiado tiempo. Nada dura una vez que se ha tomado la decisión irreversible de darle rienda suelta a nuestra propia naturaleza. El destrampe ad natura es el concepto rector que guía muchas de mis decisiones.
En la mayoría de los casos, esa cruzada personal en contra de lo estático me ha ganado la antipatía de mis contemporáneos, incapaces de ambicionar algo más de lo que ya se encuentra bajo sus narices, y que constantemente esgrimen en mi contra argumentos de índole risible –al menos en mi percepción-, tales como las supuestas prioridades y deberes que todos debemos cumplir, aunque semejantes objetivos dudosamente constituyan una aspiración digna de ser alcanzada. ¡Qué aburrido! ¿Pero qué se le va hacer? Así son las cosas en el mundo posmoderno que nos ha tocado habitar.
Más basta de digresión y volvamos al hilo, como diría Unamuno. De acuerdo con el mito, Bukowski regresó a la escritura el día en que renunció al servicio postal, pero su bibliografía nos muestra que había sido publicado varios años antes de eso.
Su primera publicación reconocible data de los años 60; sin embargo, existen algunos textos de principios de esa década, así como algunos poemas impresos de finales de los años 40.
El hecho es que, Bukowski había publicado de manera extensa en varias y pequeñas revistas literarias por más de 30 años. Estas publicaciones existen en algunos pocos ejemplares y son difíciles, si no es que imposibles, de encontrar. Afortunadamente, algunos sagaces editores se las arreglaron para recopilar esos poemas y relatos en algunas compilaciones, hasta alcanzar sus escritos más contemporáneos de los 80.
En total hay alrededor de cuarenta libros impresos escritos por Charles Bukowski. Desde su muerte el 9 de marzo de 1994, un número creciente de libros tratan acerca de él como referente crítico y leyenda literaria. Aunque realmente nunca estuvo asociado con Jack Kerouac, Allen Ginsberg, u otro de los escritores de la Generación Beat, su estilo informal y literatura no conformista le ganaron el respeto y la admiración de los lectores de este género.
Irónicamente, es a través de sus predecesores y sus contemporáneos –de los cuales él siempre habló mal y desdeñó de sus influencias- como mejor se explican el desencanto y la misantropía que impregnan su trabajo. Ginsberg lo dijo claramente en su célebre Aullido: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por locura sufriendo fríos hambres histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en búsqueda de la droga urgente imperiosa”.
Como la totalidad de su obra es marcadamente autobiográfica, comenzaré relatando las etapas mas importantes de su vida, que a la postre se convertirían en la fuente de su mayor éxito literario, ya que precisamente lo que encandila de Bukowski es ese acercamiento personal que le permite al lector compartir sus borracheras, sus deslices con prostitutas, y sus amistades con alimañas sociales de dudosa procedencia.
Después de trasladarse a los Estados Unidos, el futuro escritor habría de tener en su padre a su primer enemigo y en Los Ángeles, ciudad a la que emigró su familia cuando el pequeño Charles sólo contaba con dos años, el principal escenario de su vida y de sus novelas.
Una de las primeras veces que se confrontó con su progenitor -un hombre amargado que hacía creer a sus vecinos que era ingeniero cuando en realidad no era más que un lechero que maltrataba a su mujer tanto como a su hijo-, fue porque éste, una noche que Charles, adolescente aún, llegó a casa borracho y vomitó en una alfombra, quiso meterle la cara en el vómito, como se hace con los perros cuando se orinan donde no deben.

Hasta ese punto, Bukowski jamás había enfrentado a su padre, soportando a lo largo de toda su niñez y parte de su adolescencia, las vejaciones y humillaciones que éste le infligía, ante la mirada impávida de su madre teutona.
Pero durante este episodio de su vida, se dio la ruptura que definiría gran parte de su personalidad, ya que dio origen al síndrome del “hombre congelado” que menciona en “Escritos de un viejo indecente” (1969).
Según Bukowski, al momento de tener la cara frente a su propio vómito y siendo empujado por la mano de su padre, decidió acabar con todo de una vez por todas; se levantó y golpeó a su padre hasta derribarlo. Los ojos desorbitados de su progenitor no daban crédito a lo sucedido, y tampoco se atrevió a replicar.
No obstante, lo más bizarro de todo este asunto, es que la madre estalló en lágrimas y empezó a agredir a Charles; pero ya era demasiado tarde. El síndrome del “hombre congelado” ya se había apoderado de él, así que se limitó a recibir las cachetadas y rasguños de su madre, sin reaccionar de ninguna manera.
Más tarde, él mismo explicaría que el síndrome mencionado anteriormente tiene su origen en una profunda pasividad hacia todo y hacia todos, y sus reacciones de ahora en adelante estarían condicionadas puramente por la necesidad de supervivencia, y no porque alguna clase de sentimiento se apoderara de él. Es decir, si hacía lo que hacía, era simplemente por inercia y lo realizaba con desdén e indiferencia.
Bukowski nos dice “Yo sabía que tenía algún problema pero no me consideraba loco. No era el típico cobarde, no tenía ningún miedo ni tampoco era melindroso, y a veces no parecía importarme en realidad. Cuando me liaba a puñetazos con uno de mis amigos, jamás conseguía enfadarme. Solo peleaba como algo inevitable. No había otra salida. Yo estaba Congelado. No podía entender la cólera ni la furia de mi adversario. Yo no tenía nada que decir. Nada me interesaba. Estaba congelado. Antes, después y siempre.”
Ahí, en esa especie de depresión consuetudinaria y aletargada, se encuentra precisamente la clave con la que explica las razones de su legendaria tolerancia al alcohol, su preferencia por el sufrimiento y el dolor, sus manías sexuales, su poco interés real por las mujeres, etc.

Es más, su “congelamiento” era tal, que aunque una mujer le reventara una botella en la cabeza y saliera corriendo de los cuartuchos de motel que acostumbraba ocupar, él era incapaz de reaccionar de una forma violenta en su contra y muy a pesar suyo, de ir por ella. Después de todo, aún le quedaba la música clásica y la bebida para hacerle compañía.
Por lo que respecta a los otros muchachos, la relación del joven Bukowski con ellos no fue mejor. Acomplejado por una enfermedad en la piel que hacía que le brotaran erupciones constantemente y que habría de marcarle el rostro de por vida, fue un tímido que nunca se atrevía a confesar sus deseos a las chicas que le inspiraban. Todo ello con la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo.
Fue entonces, con los complejos de sus primeros años, cuando se formaron las obsesiones que con el tiempo habrían de ser su materia literaria. El alcoholismo fue resultado de unos primeros tragos bebidos para superar la timidez, en tanto que el frenesí sexual debió de ser consecuencia de los deseos reprimidos. Su vida será idéntica a la de tantos perdedores de Los Ángeles, excepto en una cosa: Bukowski es un lector empedernido. En cualquier caso, sin haber llegado a terminar ningún estudio, el futuro escritor comienza a desempeñar los más variados empleos: lavaplatos, aparcacoches, mozo de almacén, etc. Entre medias tiene tiempo para convertirse en un vagabundo borracho y para ir a la cárcel como consecuencia de no haberse presentado en la Junta de Reclutamiento a la que pertenecía.
Empleado durante las siguientes décadas en una oficina de correos, primero como cartero y después como clasificador de la correspondencia, en sus horas libres escribe poemas y relatos protagonizados por sus compañeros de borracheras y demás desdichas.
Pero hasta 1969, cuando cuenta con 49 años de edad, es cuando se decide a dedicarse exclusivamente a la literatura. El éxito no se hace esperar, pero será a este lado del Atlántico donde la crítica verá en Bukowski a un nuevo exponente de la contracultura, heredero de Henry Miller y de Jack Kerouac.
Se le comparó con Miller debido a su obsesión por el sexo; con Kerouac por su prosa espontánea. Si bien, lo que en Kerouac o en los escritores Beat es misticismo y metafísica, en Bukowski se vuelve cinismo y nihilismo.

A menudo fue erróneamente asociado con los escritores de la Generación Beat, debido a sus similitudes de estilo y actitud. La escritura de Bukowski está fuertemente influenciada por la atmósfera de su ciudad natal, Los Ángeles, y la traducción de sus textos al español se demoró precisamente por la dificultad de interpretar el slang o jerga que se utilizaba en el contexto californiano de los 60.
Aunque de alguna manera, bien puede considerarse a Bukowski un beat tardío, éste siempre desdeñó ser calificado de esa manera, e inclusive renegaba de este tipo de comparaciones e hizo mofa de Miller y de Burroughs; fue un disidente y siempre mandó al carajo todo hasta el final.
Mientras, en Estados Unidos apenas se le aprecia como narrador, únicamente son sus versos los que merecen una relativa atención por parte de la crítica, quedando el resto de su obra relegada a los circuitos alternativos.
En Europa se suceden las ediciones de sus narraciones; textos como "Escritos de un viejo indecente" (1969), "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones" (1972) o "Factótum" (1975), escritos todos ellos con un lenguaje fonetizado y agresivo, catapultan al autor al cenit de la contracultura. Una vez ahí, su vida inspira películas como "Ordinaria locura" (1981), de Marco Ferreri, y "Borracho" (1987), de Barbet Schroeder.
En "El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco", una metáfora del lamentable estado de la nave que nos lleva, Bukowski es más que nunca un filósofo. El libro es un diario de los últimos meses de su vida, plagado de reflexiones hechas desde la cima de su experiencia. Todo ha cambiado para seguir igual; Bukowski vive en una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un buen coche en el garaje, pero la desesperación es la misma.
La angustia existencial al fin y al cabo, es inherente a ciertos seres humanos.
Creador de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción y sentimientos, la poesía de Bukowski, está marcada por un realismo descarnado y a un tiempo explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras.
Abundante en datos autobiográficos, personalizados y plenos de humor ácido y desencantado, nunca abandonó su producción en verso que con los años se fue haciendo más directa, más sobria, como en “El amor es un perro infernal” (1974), o “El mundo visto desde la ventana de un tercer piso”.

Charles Bukowski conocía el único secreto que merece ser conocido: que lo único que importa es que nada tiene importancia. Lo cual constituye el manifiesto nihilista más claro y reconocible de sí mismo y de su obra. Puede que eso, paradójicamente o no, contribuyera a convertirlo en uno de los escritores norteamericanos más leídos del mundo entero, y en uno de los maestros literarios indiscutibles del siglo XX.
Por eso y por si no fuera suficiente, los lectores y asiduos beodos, gustan de emular sus pasos y más de uno quisiera vanagloriarse de ser llamado “hijo perdido de Bukowski”. Debido a mis esfuerzos y conocida obsesión por sus indecentes escritos –y por la bebida-, en mi círculo de amistades se me ha empezado a conocer así. ¡Qué honor!
Inclusive, amigos fuera de Yucatán también han sido afectos a llamarme el “Bukowski yucateco”. ¡Cuantas flores! Y sin embargo, erróneas, ya que este mote no corresponde a mis pretensiones literarias sino a mi abierta dipsomanía.
No obstante, grande fue mi sorpresa al enterarme de que a un periodista y escritor de estos lares ya se le llama así. Increíble. Tantos que niegan a Bukowski, y sin embargo, hasta se pelean por ostentar el titulo de su predecesor.
Hasta ahora, en los círculos académicos constantemente es ignorado, y a pesar de que es un escritor de culto que ha trascendido e influenciado a infinidad de creadores con su estilo visceral y descarnado, aún no es parte del canon literario occidental (excepto en E.U.A) y muchos continúan desdeñando su trabajo. Lo cual es una locura, ya que Bukowski es heredero de Miller y John Fante, que por sí solos han hecho escuela.
No obstante, lo que es innegable es que el alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los bares y las habitaciones lúgubres. La vida en el fondo de una botella de licor.
Como todos, también tuvo y tiene sus detractores. ¿Pero qué importa?
¡Que se jodan! Charlie los hubiera mandado a la chingada.