Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas

miércoles, 30 de enero de 2008

El último escritor maldito:



Digresiones en torno al nihilismo en la obra de Bukowski
Por: Ricardo E. Tatto

Estas líneas las escribo sin miedo. Durante tres días la idea de hacer este ensayo se ha estado gestando en mí, y ante mis dudas, me avoqué a investigar su teoría, convirtiéndome así de la nada, en discípulo de José Luis Gómez-Martínez.
Lo curioso de la teoría del ensayo literario, es que en lugar de ayudarme a resolver mis dudas y decantar mis inquietudes en alguna dirección específica, más bien me ha abierto un panorama infinito y rebosante de vericuetos por los cuales internarse, teniendo como vehículo mis propias palabras y mi intuición. En el ensayo reina la subjetividad, y nada mas subjetivo que un sujeto escribiendo sobre otro.
Pero basta de reflexiones precoces, que mi única pretensión en este texto es ejercer un diálogo conmigo mismo, siendo que soy la única referencia que tengo de un probable lector; así que mas conviene darle gusto al gusto y de una buena vez reflexionar sobre lo que me agrada.
A Bukowski le gustaba rascarse los sobacos. Así lo expresó en una entrevista con la periodista Fernanda Pivano hace algunos años. A mí no me gusta rascarme, pero en cambio, si me gusta dicho autor.
Charles Bukowski nació en 1920 en Aldernach, Alemania. Empezó a escribir a temprana edad y publicó su primer relato por primera vez en los años 40. Entonces Bukowski dejó la escritura por el mundo laboral y los bares, no publicando, no escribiendo, y así siguió el mito por cerca de 20 años.
Diez de esos años fueron desperdiciados de un trabajo a otro, de una residencia a otra, de la costa este a la oeste de Estados Unidos.
Los otros diez años, Bukowski trabajó para el servicio postal de la ciudad de Los Ángeles, un empleo que no requería esfuerzo excepto por la fuerza para presentarse y la paciencia para realizar operaciones simples y monótonas. Durante ese periodo, su vida surcó los límites entre la locura y la muerte, los cuales son temas que prevalecen en su obra.
Y precisamente su obra es marcadamente nihilista, y aunque él mismo no lo menciona, es claro que se apuntala en tal postura, siendo ésta una posición filosófica que argumenta que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera realmente objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior. Los nihilistas pueden creer una de estas tres cosas:
*Que ninguna finalidad o propósito superior existe. Solo hay nada.
*Que la realidad que experimentamos los humanos no existe tal y como la vemos.
*O que la realidad es incognoscible, por lo que entenderla siempre será inútil en lo práctico y sin sentido en lo teórico.

Es la negación de todo principio, autoridad, dogma filosófico o religioso. El nihilismo hace una negación a todo lo que predique una finalidad superior, objetiva o determinista de las cosas, hace ese énfasis negando la idea de progreso en la Historia. Por tanto, es contrario a la explicación dialéctica de la cronología humana.
En cambio, es favorable a la perspectiva del devenir constante de la historia objetiva, sin ninguna finalidad superior. Es partidario de las ideas vitalistas. De deshacerse de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida más completa.
Esto se demuestra en propias palabras de Bukowski “El vino mejora si envejece en condiciones. No estoy metido en ninguna competición con nadie, ni pienso en la inmortalidad; me importa un carajo todo eso. Es la acción mientras estás vivo. La verja bajo el sol, los caballos que se abalanzan entre la luz, los jockeys, esos valientes diablillos con sus brillantes blusas de seda, yendo a por todas, corriendo a toda pastilla. La gloria está en el movimiento y en la osadía. Al carajo con la muerte. Es hoy y es hoy y es hoy.”
En contraste, esa afirmación de Bukowski se asemeja en sentido y en profundidad a una hecha por Henry Miller: “Qué puñeta, yo ya he pasado por todo eso… hace muchos, muchos años. He terminado de vivir mi melancólica juventud. Ya se me da un huevo lo que dejé atrás o lo que me espera. Estoy sano, incurablemente sano. Sin pesares ni remordimientos. Sin pasado, sin futuro. Me basta con el presente. Día a día. ¡Hoy! Le bel aujourd´hui!”.
Ambas visiones, poderosas en su manifiesto arraigo por la vida, concurren en su afán de extracción medular y, por consiguiente, constituyen una clara adhesión hacia la inmediatez de lo que nuestra presencia en el mundo puede ofrecernos.
Esa postura, adquiere un valor aún primordial en los tiempos en los que vivo. Incontables veces –debo confesarlo-, el temor a la nada, a la intrascendencia, al anquilosamiento, me han llevado de la mano hacia la búsqueda exacerbada de experiencias vigorizantes que me hagan sensibilizarme y condonen el tiempo perdido en las actividades que son homogéneas para cualquier estudiante e hijo de familia.
La premura por devorar experiencias y acumular conocimientos de primera mano, han provocado en mí unas ansias por vivir excesivamente que a duras penas puedo controlar. Con la ayuda de la sociedad que anda tras mis pasos, convenientemente se logran sofocar estos impulsos, aunque nunca por demasiado tiempo. Nada dura una vez que se ha tomado la decisión irreversible de darle rienda suelta a nuestra propia naturaleza. El destrampe ad natura es el concepto rector que guía muchas de mis decisiones.
En la mayoría de los casos, esa cruzada personal en contra de lo estático me ha ganado la antipatía de mis contemporáneos, incapaces de ambicionar algo más de lo que ya se encuentra bajo sus narices, y que constantemente esgrimen en mi contra argumentos de índole risible –al menos en mi percepción-, tales como las supuestas prioridades y deberes que todos debemos cumplir, aunque semejantes objetivos dudosamente constituyan una aspiración digna de ser alcanzada. ¡Qué aburrido! ¿Pero qué se le va hacer? Así son las cosas en el mundo posmoderno que nos ha tocado habitar.
Más basta de digresión y volvamos al hilo, como diría Unamuno. De acuerdo con el mito, Bukowski regresó a la escritura el día en que renunció al servicio postal, pero su bibliografía nos muestra que había sido publicado varios años antes de eso.
Su primera publicación reconocible data de los años 60; sin embargo, existen algunos textos de principios de esa década, así como algunos poemas impresos de finales de los años 40.
El hecho es que, Bukowski había publicado de manera extensa en varias y pequeñas revistas literarias por más de 30 años. Estas publicaciones existen en algunos pocos ejemplares y son difíciles, si no es que imposibles, de encontrar. Afortunadamente, algunos sagaces editores se las arreglaron para recopilar esos poemas y relatos en algunas compilaciones, hasta alcanzar sus escritos más contemporáneos de los 80.
En total hay alrededor de cuarenta libros impresos escritos por Charles Bukowski. Desde su muerte el 9 de marzo de 1994, un número creciente de libros tratan acerca de él como referente crítico y leyenda literaria. Aunque realmente nunca estuvo asociado con Jack Kerouac, Allen Ginsberg, u otro de los escritores de la Generación Beat, su estilo informal y literatura no conformista le ganaron el respeto y la admiración de los lectores de este género.
Irónicamente, es a través de sus predecesores y sus contemporáneos –de los cuales él siempre habló mal y desdeñó de sus influencias- como mejor se explican el desencanto y la misantropía que impregnan su trabajo. Ginsberg lo dijo claramente en su célebre Aullido: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por locura sufriendo fríos hambres histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en búsqueda de la droga urgente imperiosa”.
Como la totalidad de su obra es marcadamente autobiográfica, comenzaré relatando las etapas mas importantes de su vida, que a la postre se convertirían en la fuente de su mayor éxito literario, ya que precisamente lo que encandila de Bukowski es ese acercamiento personal que le permite al lector compartir sus borracheras, sus deslices con prostitutas, y sus amistades con alimañas sociales de dudosa procedencia.
Después de trasladarse a los Estados Unidos, el futuro escritor habría de tener en su padre a su primer enemigo y en Los Ángeles, ciudad a la que emigró su familia cuando el pequeño Charles sólo contaba con dos años, el principal escenario de su vida y de sus novelas.
Una de las primeras veces que se confrontó con su progenitor -un hombre amargado que hacía creer a sus vecinos que era ingeniero cuando en realidad no era más que un lechero que maltrataba a su mujer tanto como a su hijo-, fue porque éste, una noche que Charles, adolescente aún, llegó a casa borracho y vomitó en una alfombra, quiso meterle la cara en el vómito, como se hace con los perros cuando se orinan donde no deben.

Hasta ese punto, Bukowski jamás había enfrentado a su padre, soportando a lo largo de toda su niñez y parte de su adolescencia, las vejaciones y humillaciones que éste le infligía, ante la mirada impávida de su madre teutona.
Pero durante este episodio de su vida, se dio la ruptura que definiría gran parte de su personalidad, ya que dio origen al síndrome del “hombre congelado” que menciona en “Escritos de un viejo indecente” (1969).
Según Bukowski, al momento de tener la cara frente a su propio vómito y siendo empujado por la mano de su padre, decidió acabar con todo de una vez por todas; se levantó y golpeó a su padre hasta derribarlo. Los ojos desorbitados de su progenitor no daban crédito a lo sucedido, y tampoco se atrevió a replicar.
No obstante, lo más bizarro de todo este asunto, es que la madre estalló en lágrimas y empezó a agredir a Charles; pero ya era demasiado tarde. El síndrome del “hombre congelado” ya se había apoderado de él, así que se limitó a recibir las cachetadas y rasguños de su madre, sin reaccionar de ninguna manera.
Más tarde, él mismo explicaría que el síndrome mencionado anteriormente tiene su origen en una profunda pasividad hacia todo y hacia todos, y sus reacciones de ahora en adelante estarían condicionadas puramente por la necesidad de supervivencia, y no porque alguna clase de sentimiento se apoderara de él. Es decir, si hacía lo que hacía, era simplemente por inercia y lo realizaba con desdén e indiferencia.
Bukowski nos dice “Yo sabía que tenía algún problema pero no me consideraba loco. No era el típico cobarde, no tenía ningún miedo ni tampoco era melindroso, y a veces no parecía importarme en realidad. Cuando me liaba a puñetazos con uno de mis amigos, jamás conseguía enfadarme. Solo peleaba como algo inevitable. No había otra salida. Yo estaba Congelado. No podía entender la cólera ni la furia de mi adversario. Yo no tenía nada que decir. Nada me interesaba. Estaba congelado. Antes, después y siempre.”
Ahí, en esa especie de depresión consuetudinaria y aletargada, se encuentra precisamente la clave con la que explica las razones de su legendaria tolerancia al alcohol, su preferencia por el sufrimiento y el dolor, sus manías sexuales, su poco interés real por las mujeres, etc.

Es más, su “congelamiento” era tal, que aunque una mujer le reventara una botella en la cabeza y saliera corriendo de los cuartuchos de motel que acostumbraba ocupar, él era incapaz de reaccionar de una forma violenta en su contra y muy a pesar suyo, de ir por ella. Después de todo, aún le quedaba la música clásica y la bebida para hacerle compañía.
Por lo que respecta a los otros muchachos, la relación del joven Bukowski con ellos no fue mejor. Acomplejado por una enfermedad en la piel que hacía que le brotaran erupciones constantemente y que habría de marcarle el rostro de por vida, fue un tímido que nunca se atrevía a confesar sus deseos a las chicas que le inspiraban. Todo ello con la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo.
Fue entonces, con los complejos de sus primeros años, cuando se formaron las obsesiones que con el tiempo habrían de ser su materia literaria. El alcoholismo fue resultado de unos primeros tragos bebidos para superar la timidez, en tanto que el frenesí sexual debió de ser consecuencia de los deseos reprimidos. Su vida será idéntica a la de tantos perdedores de Los Ángeles, excepto en una cosa: Bukowski es un lector empedernido. En cualquier caso, sin haber llegado a terminar ningún estudio, el futuro escritor comienza a desempeñar los más variados empleos: lavaplatos, aparcacoches, mozo de almacén, etc. Entre medias tiene tiempo para convertirse en un vagabundo borracho y para ir a la cárcel como consecuencia de no haberse presentado en la Junta de Reclutamiento a la que pertenecía.
Empleado durante las siguientes décadas en una oficina de correos, primero como cartero y después como clasificador de la correspondencia, en sus horas libres escribe poemas y relatos protagonizados por sus compañeros de borracheras y demás desdichas.
Pero hasta 1969, cuando cuenta con 49 años de edad, es cuando se decide a dedicarse exclusivamente a la literatura. El éxito no se hace esperar, pero será a este lado del Atlántico donde la crítica verá en Bukowski a un nuevo exponente de la contracultura, heredero de Henry Miller y de Jack Kerouac.
Se le comparó con Miller debido a su obsesión por el sexo; con Kerouac por su prosa espontánea. Si bien, lo que en Kerouac o en los escritores Beat es misticismo y metafísica, en Bukowski se vuelve cinismo y nihilismo.

A menudo fue erróneamente asociado con los escritores de la Generación Beat, debido a sus similitudes de estilo y actitud. La escritura de Bukowski está fuertemente influenciada por la atmósfera de su ciudad natal, Los Ángeles, y la traducción de sus textos al español se demoró precisamente por la dificultad de interpretar el slang o jerga que se utilizaba en el contexto californiano de los 60.
Aunque de alguna manera, bien puede considerarse a Bukowski un beat tardío, éste siempre desdeñó ser calificado de esa manera, e inclusive renegaba de este tipo de comparaciones e hizo mofa de Miller y de Burroughs; fue un disidente y siempre mandó al carajo todo hasta el final.
Mientras, en Estados Unidos apenas se le aprecia como narrador, únicamente son sus versos los que merecen una relativa atención por parte de la crítica, quedando el resto de su obra relegada a los circuitos alternativos.
En Europa se suceden las ediciones de sus narraciones; textos como "Escritos de un viejo indecente" (1969), "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones" (1972) o "Factótum" (1975), escritos todos ellos con un lenguaje fonetizado y agresivo, catapultan al autor al cenit de la contracultura. Una vez ahí, su vida inspira películas como "Ordinaria locura" (1981), de Marco Ferreri, y "Borracho" (1987), de Barbet Schroeder.
En "El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco", una metáfora del lamentable estado de la nave que nos lleva, Bukowski es más que nunca un filósofo. El libro es un diario de los últimos meses de su vida, plagado de reflexiones hechas desde la cima de su experiencia. Todo ha cambiado para seguir igual; Bukowski vive en una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un buen coche en el garaje, pero la desesperación es la misma.
La angustia existencial al fin y al cabo, es inherente a ciertos seres humanos.
Creador de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción y sentimientos, la poesía de Bukowski, está marcada por un realismo descarnado y a un tiempo explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras.
Abundante en datos autobiográficos, personalizados y plenos de humor ácido y desencantado, nunca abandonó su producción en verso que con los años se fue haciendo más directa, más sobria, como en “El amor es un perro infernal” (1974), o “El mundo visto desde la ventana de un tercer piso”.

Charles Bukowski conocía el único secreto que merece ser conocido: que lo único que importa es que nada tiene importancia. Lo cual constituye el manifiesto nihilista más claro y reconocible de sí mismo y de su obra. Puede que eso, paradójicamente o no, contribuyera a convertirlo en uno de los escritores norteamericanos más leídos del mundo entero, y en uno de los maestros literarios indiscutibles del siglo XX.
Por eso y por si no fuera suficiente, los lectores y asiduos beodos, gustan de emular sus pasos y más de uno quisiera vanagloriarse de ser llamado “hijo perdido de Bukowski”. Debido a mis esfuerzos y conocida obsesión por sus indecentes escritos –y por la bebida-, en mi círculo de amistades se me ha empezado a conocer así. ¡Qué honor!
Inclusive, amigos fuera de Yucatán también han sido afectos a llamarme el “Bukowski yucateco”. ¡Cuantas flores! Y sin embargo, erróneas, ya que este mote no corresponde a mis pretensiones literarias sino a mi abierta dipsomanía.
No obstante, grande fue mi sorpresa al enterarme de que a un periodista y escritor de estos lares ya se le llama así. Increíble. Tantos que niegan a Bukowski, y sin embargo, hasta se pelean por ostentar el titulo de su predecesor.
Hasta ahora, en los círculos académicos constantemente es ignorado, y a pesar de que es un escritor de culto que ha trascendido e influenciado a infinidad de creadores con su estilo visceral y descarnado, aún no es parte del canon literario occidental (excepto en E.U.A) y muchos continúan desdeñando su trabajo. Lo cual es una locura, ya que Bukowski es heredero de Miller y John Fante, que por sí solos han hecho escuela.
No obstante, lo que es innegable es que el alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los bares y las habitaciones lúgubres. La vida en el fondo de una botella de licor.
Como todos, también tuvo y tiene sus detractores. ¿Pero qué importa?
¡Que se jodan! Charlie los hubiera mandado a la chingada.