Cunnilingus Master
Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas
viernes, 21 de noviembre de 2008
Otra mañana de aquellas
Ricardo E. Tatto
Despertaste pedo, maldito patán. Sí, una vez más hiciste de las tuyas Ricardito. Sabes que te encanta el desmadre. No sé porqué la decadencia y la perdición ejercen tanto atractivo para ti. Y sobre todo, lo disfrutas, te regodeas en ello, te revuelcas en tu propia mierda autodestructiva. Pero bueno, la razón de que seas así, es porque rápidamente olvidas los remordimientos, las recriminaciones, las consecuencias... eso es mejor dejárselo a los otros.
Así debería ser, de lo contrario, tus evasiones etílicas y canaboides serían fallidas, incumplirían con su labor solazadora, enajenante, empañadora de lucidez. Mmm lucidez. Eso no es para ti, el monopolio lo tiene Monsiváis o algún otro ratón de biblioteca cojo de la pata. A ti no te sirve de nada, ni para trabajar. Curioso, pero tus textos salen mejor cuando no buscas el iluminamiento, el deslumbre para con el lector. Sí, son chingaderas, ya te diste cuenta. Pero no me malentiendas, el periodismo cultural es así, puedes cumplir cabalmente tu labor informadora, sólo observando, pensando, divagando. Te vales de esa digresión y cuando menos piensas aparece el pelo en la sopa, el negrito en el arroz, el cantante desentonado, el actor sobreactuado, el escritor pretencioso, el filme con desastrosa elipsis, el trago mal servido...
Y sobre ellos. Te lanzas sobre los errores, escribes sobre ellos, con nombre y apellido, sin compasión. Criticar es un oficio de cabrones, y tú eres un CABRÓN Ricardo, con mayúsculas. El problema es que eso se traslada a la vida personal, a la vida cotidiana, a las imperfecciones de la gente. Pero coño, tú sabes que así somos todos, te lo sabes porque eres el peor de ellos, un mentecato hecho y maltrecho, canalla de la más baja ralea, barbaján de la pinche existencia.
No tienes remedio, sigues solazándote y sonriendo mientras te mentan la madre. Naciste sin la dosis adecuada de moral, vergüenza, respeto y... bueno, son demasiadas carencias que te podría enlistar. No tiene caso, te lo has dicho siempre, así son las cosas.
Agregaré una más: Cínico. Tienes el cinismo de escribir sobre ello, de presumirlo, de vanagloriarte de tu desfachatez humana, del desparpajo hacia la vida, hacia el mundo, hacia los humanos, hacia ti mismo. Algo se perdió en el camino, te saliste con la tuya y continuaste de esa manera, con uno que otro logro y, eso sí, mucha suerte. Naciste con buena estrella, los Hados son tus compinches de parrandas, hiciste a la Fortuna tu meretriz de cabecera, te revolcaste con ella y la convenciste de hacerla tu incondicional de vez en cuando, porque ella mismo te hizo su amante infiel. No podías ser de otro modo.
Sigues borracho, pero ya se te va bajando. Tienes sed de nuevo, ya es el mediodía, la hora cristal. Nadie está en condiciones ahora, lo sabes, todos se remamaron también, pero carecen de tus poderes especiales, escudo anticruda, memoria fotográfica -buena, aunque a veces desenfocada o paneada-, voluntad de ponerse de pie, aversión al sueño, adicción a la ociosidad, alcoholismo insaciable.
¿Y qué sigue? ¿Qué piensas hacer ahora? ¿Sientes que porque ya leíste, trabajaste y escribiste un poco tienes el derecho de continuar con la interminable bacanal a la que los demás llaman vida?
Tienes la respuesta, naciste con ella maricón. No te hagas pendejo, vamos, responde, escupe algunas palabras de esa boca pastosa que huele a ron tetradjetivado, Castillo, añejo, campechano y servido. Dale Ricardito, ¡respóndeme carajo!
-Así es cabrón, ya cumplí por hoy, ya cállate y deja la verborrea. Es hora de continuar...
lunes, 13 de octubre de 2008
Querido John, felicidades…*
Ricardo E. Tatto
Al abrir los ojos y enjuagar mi boca pastosa, la lucidez de la mañana me trajo al rostro una sonrisa sincera: hoy es tu cumpleaños John (por ayer). Uno más que pienso celebrar contigo; ya van varios años seguidos en los que celebro tu nacimiento a mi muy personal manera. Así ha sido desde que te conocí.
Yo cursaba la secundaria cuando sucedió el encuentro contigo y tus amigos, Paul, George y Ringo, a quienes también aprecio, aunque alguno ya se haya ido a probar suerte en otros lares de índole metafísica o sobrenatural. Pero desde aquella vez que trabé conocimiento con y sobre ustedes, mi vida no volvió a ser la misma.
Te reirás de esto Johnny, pero es en serio. Si, ya sé que muchos o casi todos te han dicho lo mismo innumerables veces, pero qué hacer si es la mera verdad. En especial cuando después te fui conociendo a profundidad, al margen de los demás, y me percaté de qué tan especial y diferente eres.
Nunca me interesó tu fama –y creo que a ti tampoco-, e inclusive, tiempo después, la música que hacías también pasó a segundo plano en mi creciente admiración por ti. Al ir creciendo, lo reconozco, una especia de idolatría se empezó a formar. Pero esa devoción iconoclasta –que aún profeso en cierta medida- fue diluyéndose y transformándose en algo más.
Ese algo era mucho mejor, más puro y bidireccional, una cuestión más de camaradería. Fue encontrarme ya no aplaudiéndote en la lejanía, sino entablando un diálogo contigo -ya fuera que lo supieras o no-, que alimentó ya no sólo mis oídos, sino mi espíritu, mi intelecto, el topus uranus donde pululan las ideas.
Y es que por ti aprendí a levantar la voz, a crispar mi puño en ristre listo para combatir, en aplaudir para levantar el ánimo, en cantar mientras marchamos, vaya, a protestar por lo que uno cree y luchar por esos ideales hasta sus últimas y -a veces- funestas consecuencias.
Además, en distintos momentos de mi vida cuando por alguna razón me alejé de tu amistad y tus palabras, regresaste con brío y frases frescas que, una vez más, concatenaron en mi ideología a la perfección. Como cuando me dijiste: “Dios es un concepto con el que medimos nuestro dolor”. Para luego enseguida afirmar “no creo en la biblia, no creo en Jesús, no creo en reyes, sólo creo en mí…”.
Recuerdo bien ese día porque yo también me sentía así, y el encuentro con el otro, contigo, símil en reflexiones, me quitó un poco la soledad de un precoz adolescente en contra de todo y afrentado a las normas inmorales que me pretendían imponer en casa y afuera por la llamada sociedad.
Gracias John, de verdad. Callada y tal vez tontamente, en mis años de universidad te rendí tributo portando una playera tuya cada semana y en ocasiones especiales, como cuando vino Bush –un asesino que hubieras detestado de haberlo conocido- y salimos a tomar las calles y protestar en contra suya y sus actos genocidas mundiales. Luego hubo incidentes desafortunados y consigna contra los que lucían sus atuendos como yo.
Pero me salvé. Me diste suerte ese día. Saber de ti, estudiar y analizar tus diversos actos, tus luchas y fracasos, definitivamente son lecciones de vida que mantengo muy en mente y que se hacen presentes cuando la zozobra amenaza con derribarme. Por eso me alegro de haberte conocido y de tenerte como amigo, de mis mejores amigos John.
Debo marcharme. En la noche una sinfónica de tu país tocará algo de tu música en un tributo para ti y los demás chicos. Salúdamelos por favor. Feliz cumpleaños Winston –ya sé que no te gusta que te llame por tu segundo nombre, pero vamos, es de cariño-. Me despido con un abrazo.
Sinceramente tuyo, Ricardo.
*Publicado en el Por Esto! el viernes 10 de octubre de 2008.
jueves, 9 de octubre de 2008
A 40 años de Tlatelolco
La disidencia de ayer y el anquilosamiento de hoy
Ricardo E. Tatto
Cada año, alrededor de estas fechas, se recuerdan los sucesos ocurridos hace 40 años en la Plaza de las Tres Culturas: la infame Matanza de Tlatelolco. Pero muchas veces me pregunto si es necesario remontarnos tanto tiempo atrás en busca de creencias, de algo con lo cual sentirnos decepcionados y que a la vez resulte inspirador para las generaciones actuales.
Si lo pensamos bien, la identificación con aquel movimiento por parte de los jóvenes contemporáneos, es más bien fabricada y muchas veces hasta inculcada; ya sea por rebeldía o por moda, es usual que muchos manifiesten su simpatía por alguna postura, careciendo de convicción o del criterio necesario para disentir ante las iniciativas de protesta, que muchas veces se desvirtúan en el camino por muy bien intencionadas que sean.
La realidad es que nosotros (los jóvenes) no vivimos el 68, no somos estudiantes que vivieron Tlatelolco, no somos mártires y tristemente en la mayoría de los casos, ni siquiera sabemos cuál fue el principal motor de ese movimiento ni sus peticiones. Nos dejamos llevar por la nostalgia reiterativa y la avalancha de cápsulas, documentales y comentarios mediáticos claramente oportunistas y que sólo buscan la nota del día, como cada 2 de octubre desde aquella década.
Y al día siguiente, como si nada. Ya pasó, eso fue en aquella época, hace muchos años, no nos corresponde a nosotros ni nos incumbe. Encendamos una vela en su honor y sigamos con el marasmo de nuestras vidas. Repitamos sin convicción “el 2 de octubre no se olvida”. Inclusive, pongámonos esas playeras alusivas que ya comienzan a circular, o cualquier símbolo que represente que estamos hermanados con la causa. Pero, ¿qué no tenemos causas propias? ¿Acaso hoy en día no tenemos nada por lo cual protestar o estar en desacuerdo?
Supongo que no. En este país no pasa nada, todo marcha bien, “todo va de pelos” como dijera en una ocasión nuestro ilustrísimo ex-presidente Don Bigotes. Claro, con el bombardeo mediático al cual estamos sometidos desde que tenemos uso de razón, es fácil olvidarse de todo lo que acontece, sobretodo cuando tenemos cortinas de humo creadas y listas para ser digeridas por nosotros en el momento justo, como cuando el fallo del tribunal electoral del 2006 estaba por decidirse, pero la noticia que conmocionó a la opinión pública fue la hazaña de unos intrépidos náufragos, que todos las noches en horario estelar contaron su aventura una y otra vez, con enlace directo y en vivo desde sus hogares, donde hasta los vecinos aguardaban por su regreso y les mandaban muchos saludos (favor de insertar lágrimas de cocodrilo).
Que quede asentado que el problema de las muertas de Juárez, los asuntos de inmigración, el entreguismo del país a los vecinos del norte, la privatización del petróleo, el alza de los precios y todas las suciedades que han pasado desde aquellos sangrientos juegos olímpicos de fines de los sesenta, no cuentan aquí: ya pasaron de moda. La noticia de hoy es la importante, a ver que nuevos revoltosos están haciendo desmanes para ponerlos en evidencia en el noticiero o en los periódicos, según sea el humor de los juniors que controlan a los lideres de opinión, a esos “teachers”, a esos maestros de la farsa y de la cara consternada, y que a veces ni el maquillaje de payaso puede ocultar.
Detrás de la mitificación del movimiento estudiantil que transcurrió a lo largo de aquel año y que desembocó en ese crimen vil y rastrero, están los que lo orquestaron y que, a pesar de todo el circo que se montó para aplicar una justicia bastante tardía, ahí siguen impunes, andan libres, no más fue un sustito, el mismo cuento de nunca acabar. Luis Echeverría lleva 3 años de arraigo domiciliario, ¿y qué? Desde su sillón afelpado el anciano sigue clamando que no le debe perdón a nadie. Presidentes vemos, cinismos no sabemos…
Los grandes relatos se han extinguido por lo que ya no hay en nada en qué creer, es decir, el mito en la actualidad no tiene función ni razón de ser, ya no cumple las funciones sociales de antaño. El poder se ha arraigado de manera intrínseca en cada uno de nosotros, lo cual hace imposible la rebelión, el sistema se ha internado de manera tal que impide cualquier protesta, al menos trascendente; todo queda en el recuerdo redundante y sin sentido, ya no conduce a nada porque el poder ha comprendido la magnitud de su influencia que impide todo lo que vaya mas allá de una mera toma de conciencia.
A 40 años de Tlatelolco, no ha pasado un año en que no suceda alguna crimen en este país, y que muera gente, se reprima, se encarcele, se condone a criminales y políticos, etcétera de los etcéteras.
¡Ahhh! Pero eso sí, el 16 de septiembre todos gritan, todos aplauden, todos ponen sus rancheras y aman a su nación, cuando eso es algo que se practica todos los días, y quien de verdad ama a su país es el primero en admirar sus virtudes, pero también en subrayar sus defectos; porque cuando amas algo, quieres lo mejor para ése algo.
El verdadero grito es ése que nadie escucha, ese quedo susurro, que se ve mitigado y amordazado de manera cotidiana, ante la parafernalia mediática y escandalosa, esa exclamación que se pierde ante la algarabía falsa y deleznable de los políticos, esa queja que no alcanza a salir porque no se lo permiten.
Hay gritos comúnmente y en todas partes, pero se ven ahogados por nosotros mismos, que fungimos como siervos y permitimos que se nos maneje, porque callamos a nuestros semejantes, que no son esos de la clase gobernante, ni líderes mesiánicos ni presidentes fraudulentos, sino esos que reclaman cuando se les quiere cobrar demás, que ya no quieren seguir siendo pisoteados en cada aspecto de sus vidas, que ya están hasta la madre de ese tipo de cosas.
Y así de manera consuetudinaria, ocurren villanías y atropellos, de las cuales somos culpables, porque admito que yo también he contribuido de alguna manera al estado de nuestro entorno social; lo cual ocurre en todo tipo de situaciones y niveles, desde el que tira basura en las calles, el que no respeta los semáforos peatonales, hasta el que arbitrariamente abusa del poder, ordenando asesinatos y limpias generales para borrar la memoria histórica de la gente y desaparecer ese espíritu que a lo mejor está muerto desde entonces. O, de lo contrario, que ilusoria y esperanzadoramente subyace dentro de alguno de los mexicanos actuales y que, para nuestra sorpresa, podría ser la mayoría.
La mejor manera de recordar a los caídos es ayudando a levantarse a los nuestros, a los luchadores sociales contemporáneos, de tal manera que el 2 de octubre sí se olvide, pero sólo para que jamás se repita.
Ricardo E. Tatto
Cada año, alrededor de estas fechas, se recuerdan los sucesos ocurridos hace 40 años en la Plaza de las Tres Culturas: la infame Matanza de Tlatelolco. Pero muchas veces me pregunto si es necesario remontarnos tanto tiempo atrás en busca de creencias, de algo con lo cual sentirnos decepcionados y que a la vez resulte inspirador para las generaciones actuales.
Si lo pensamos bien, la identificación con aquel movimiento por parte de los jóvenes contemporáneos, es más bien fabricada y muchas veces hasta inculcada; ya sea por rebeldía o por moda, es usual que muchos manifiesten su simpatía por alguna postura, careciendo de convicción o del criterio necesario para disentir ante las iniciativas de protesta, que muchas veces se desvirtúan en el camino por muy bien intencionadas que sean.
La realidad es que nosotros (los jóvenes) no vivimos el 68, no somos estudiantes que vivieron Tlatelolco, no somos mártires y tristemente en la mayoría de los casos, ni siquiera sabemos cuál fue el principal motor de ese movimiento ni sus peticiones. Nos dejamos llevar por la nostalgia reiterativa y la avalancha de cápsulas, documentales y comentarios mediáticos claramente oportunistas y que sólo buscan la nota del día, como cada 2 de octubre desde aquella década.
Y al día siguiente, como si nada. Ya pasó, eso fue en aquella época, hace muchos años, no nos corresponde a nosotros ni nos incumbe. Encendamos una vela en su honor y sigamos con el marasmo de nuestras vidas. Repitamos sin convicción “el 2 de octubre no se olvida”. Inclusive, pongámonos esas playeras alusivas que ya comienzan a circular, o cualquier símbolo que represente que estamos hermanados con la causa. Pero, ¿qué no tenemos causas propias? ¿Acaso hoy en día no tenemos nada por lo cual protestar o estar en desacuerdo?
Supongo que no. En este país no pasa nada, todo marcha bien, “todo va de pelos” como dijera en una ocasión nuestro ilustrísimo ex-presidente Don Bigotes. Claro, con el bombardeo mediático al cual estamos sometidos desde que tenemos uso de razón, es fácil olvidarse de todo lo que acontece, sobretodo cuando tenemos cortinas de humo creadas y listas para ser digeridas por nosotros en el momento justo, como cuando el fallo del tribunal electoral del 2006 estaba por decidirse, pero la noticia que conmocionó a la opinión pública fue la hazaña de unos intrépidos náufragos, que todos las noches en horario estelar contaron su aventura una y otra vez, con enlace directo y en vivo desde sus hogares, donde hasta los vecinos aguardaban por su regreso y les mandaban muchos saludos (favor de insertar lágrimas de cocodrilo).
Que quede asentado que el problema de las muertas de Juárez, los asuntos de inmigración, el entreguismo del país a los vecinos del norte, la privatización del petróleo, el alza de los precios y todas las suciedades que han pasado desde aquellos sangrientos juegos olímpicos de fines de los sesenta, no cuentan aquí: ya pasaron de moda. La noticia de hoy es la importante, a ver que nuevos revoltosos están haciendo desmanes para ponerlos en evidencia en el noticiero o en los periódicos, según sea el humor de los juniors que controlan a los lideres de opinión, a esos “teachers”, a esos maestros de la farsa y de la cara consternada, y que a veces ni el maquillaje de payaso puede ocultar.
Detrás de la mitificación del movimiento estudiantil que transcurrió a lo largo de aquel año y que desembocó en ese crimen vil y rastrero, están los que lo orquestaron y que, a pesar de todo el circo que se montó para aplicar una justicia bastante tardía, ahí siguen impunes, andan libres, no más fue un sustito, el mismo cuento de nunca acabar. Luis Echeverría lleva 3 años de arraigo domiciliario, ¿y qué? Desde su sillón afelpado el anciano sigue clamando que no le debe perdón a nadie. Presidentes vemos, cinismos no sabemos…
Los grandes relatos se han extinguido por lo que ya no hay en nada en qué creer, es decir, el mito en la actualidad no tiene función ni razón de ser, ya no cumple las funciones sociales de antaño. El poder se ha arraigado de manera intrínseca en cada uno de nosotros, lo cual hace imposible la rebelión, el sistema se ha internado de manera tal que impide cualquier protesta, al menos trascendente; todo queda en el recuerdo redundante y sin sentido, ya no conduce a nada porque el poder ha comprendido la magnitud de su influencia que impide todo lo que vaya mas allá de una mera toma de conciencia.
A 40 años de Tlatelolco, no ha pasado un año en que no suceda alguna crimen en este país, y que muera gente, se reprima, se encarcele, se condone a criminales y políticos, etcétera de los etcéteras.
¡Ahhh! Pero eso sí, el 16 de septiembre todos gritan, todos aplauden, todos ponen sus rancheras y aman a su nación, cuando eso es algo que se practica todos los días, y quien de verdad ama a su país es el primero en admirar sus virtudes, pero también en subrayar sus defectos; porque cuando amas algo, quieres lo mejor para ése algo.
El verdadero grito es ése que nadie escucha, ese quedo susurro, que se ve mitigado y amordazado de manera cotidiana, ante la parafernalia mediática y escandalosa, esa exclamación que se pierde ante la algarabía falsa y deleznable de los políticos, esa queja que no alcanza a salir porque no se lo permiten.
Hay gritos comúnmente y en todas partes, pero se ven ahogados por nosotros mismos, que fungimos como siervos y permitimos que se nos maneje, porque callamos a nuestros semejantes, que no son esos de la clase gobernante, ni líderes mesiánicos ni presidentes fraudulentos, sino esos que reclaman cuando se les quiere cobrar demás, que ya no quieren seguir siendo pisoteados en cada aspecto de sus vidas, que ya están hasta la madre de ese tipo de cosas.
Y así de manera consuetudinaria, ocurren villanías y atropellos, de las cuales somos culpables, porque admito que yo también he contribuido de alguna manera al estado de nuestro entorno social; lo cual ocurre en todo tipo de situaciones y niveles, desde el que tira basura en las calles, el que no respeta los semáforos peatonales, hasta el que arbitrariamente abusa del poder, ordenando asesinatos y limpias generales para borrar la memoria histórica de la gente y desaparecer ese espíritu que a lo mejor está muerto desde entonces. O, de lo contrario, que ilusoria y esperanzadoramente subyace dentro de alguno de los mexicanos actuales y que, para nuestra sorpresa, podría ser la mayoría.
La mejor manera de recordar a los caídos es ayudando a levantarse a los nuestros, a los luchadores sociales contemporáneos, de tal manera que el 2 de octubre sí se olvide, pero sólo para que jamás se repita.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Apuntes para una autoentrevista*
Ricardo E. Tatto
Mientras Ricardo apagaba su cigarro en el cenicero, aproveché para preguntarle sus inicios en el periodismo cultural y las razones para su elección de dicho oficio:
“No soy bueno para inventar metáforas”, le respondí una vez a mi profesor de literatura en la preparatoria. Ahí fue cuando me di cuenta ya no de mis inclinaciones literarias como narrador, sino del romance que sostenía inconscientemente con una puta llamada Realidad.
Entonces, el periodismo se asomó como la alternativa a mi necesidad intrínseca de contar cosas que verdaderamente suceden, sucedieron o que podrían suceder en el entorno inmediato que rodeaba mi vida.
Pero, ¿cómo cercenar por lo insano a tu primer y más grande amor, la literatura?
Eso no lo supe hasta unos años más tarde, cuando en la universidad, la respuesta me llegó gracias a mi maestro de periodismo, Joaquín Tamayo, escritor de un magnífico libro de crónicas periodísticas y marcadamente literarias.
¿De que manera te orientó?
Lo hizo de manera inadvertida. Yo apenas empezaba con mis incursiones en el periodismo cultural y algunos textos míos ya habían sido publicados en el Por Esto! de manera regular. Es decir, aprendí tanto en lo teórico como en lo práctico, sobre la marcha, como la mayoría de los buenos periodistas se han formado. Pero yo aún quería ser escritor exclusivamente.
La respuesta me llegó de manos de Tom Wolfe, quien me habló de aspiraciones literarias sin dejar de ser lo que ambos somos: periodistas. El nuevo periodismo, quimera e hijo bastardo nacido en un tiempo en que los géneros comenzaron a convertirse en empolvadas piezas del armario académico, logró devolverme las esperanzas ya no sólo de querer ser escritor o periodista, sino simplemente de escribir utilizando todo el arsenal técnico del que se sirven ambas disciplinas para plasmarlo en una hoja impresa.
Entonces, ¿cuáles son tus influencias…?
A eso iba yo, no me dejaste terminar. Hunter S. Thompson, Norman Mailer, Capote, la Generación Beat y Gabo en mi propia lengua, se convirtieron no en mis influencias, sino en adalides y abanderados de una batalla que yo quería librar, primero conmigo mismo ante la dicotomía de perseverar en una vocación y luego en un intercambio de golpes con las teclas de mi máquina. Peleando a la contra, como diría Bukowski.
Pero Ricardo, ¿hacia dónde…
…voy? Tatto, el objetivo, el límite, son sólo conceptos. Para mí lo que existe es un afán de búsqueda y diálogo retórico como medio de expresión a través de mis engendros personales: los caracteres escritos.
Lo noté algo ansioso, así que decidí mejor dejar la entrevista para después. Sacó otro cigarrillo. Se lo encendí. Ambos lo compartimos al exhalar el mismo humo alquitranado, venenoso y letal.
*Ejercicio realizado en el taller de periodismo cultural organizado por Conaculta e impartido por José Luis Martínez en Chetumal, Q. Roo.
martes, 19 de agosto de 2008
Batman, El caballero nocturno
Ricardo E. Tatto
Finalmente se ha estrenado la más reciente película de Batman: El caballero nocturno. Siendo fan del cómic desde niño y habiendo visto la mayoría de sus adaptaciones cinematográficas, televisivas y animadas, debo confesar que tuve miedo de que mi entusiasmo y la mercadotecnia provocaran una desilusión al ver su nuevo filme.
Sin embargo, me equivoqué. Mis expectativas se quedaron cortas al presenciar la entrega que sorpresivamente ha superado incluso al “Batman” (1989) de Tim Burton, el que hasta la fecha era considerado el mejor adaptado exitosamente en la pantalla. A pesar de que Batman Inicia (2005) fue un buen filme, no logró desbancarlo de su pedestal como favorito de la crítica y de los fans.
Ahora bien, ante la actual secuela en cuestión, no tengo más remedio que admitirlo: el Batman de Christopher Nolan es el mejor hasta la fecha. Y debo agregar que su Joker interpretado por Heath Ledger también derribó el mito erigido por Jack Nicholson, que por casi 20 años permaneció como un villano insuperable, una de sus mejores y más recordadas actuaciones.
Pero, ¿por qué el actual Batman ha tenido tanto éxito complaciendo a fans y a cinéfilos por igual? La respuesta es simple. Se debe a que es la adaptación más fiel al quid del cómic, a la esencia de lo que el hombre murciélago constituye en sí mismo, pero traducida magistralmente al lenguaje cinematográfico de manera realista, oscura y perturbadora. Justo como Batman es, como debe ser.
Para empezar, ya no se trata de villanos pintorescos, aparatos y escenografías muy elaboradas y carnavalescas como el infortunado y ridículo “Batman Eternamente” y “Batman y Robin”, dirigidos de manera horrible por Joel Schumacher, sino que en esta ocasión se trata de dilemas filosóficos más profundos y seminales, el bien contra el mal, orden y caos, vaya, la anarquía contra todo lo establecido y viceversa.
Batman ya no aparece como un personaje acartonado, sino multidimensional y con varias capas que le otorgan verosimilitud. Poco a poco hemos ido explorando su propia psique retorcida (que la tiene y muy chueca en ciertos momentos), ya que como todo ser humano, está lleno de conflictos y traumas severos que lo inclinan a salir por las noches enfundado en un traje vampírico a aplastar cráneos con no poco agrado, aterrorizando a ciudadanos y criminales por igual.
Y es que siempre me molestó la batiseñal, ya que en el cómic hace mucho que se rompió con aquél paradigma de que Batman trabaja en conjunto con la ley y es amigable con la gente. No es así. Batman tiene su propio código moral y sabe que para que la cuña apriete tiene que ser del mismo palo. Sin rebasar sus propios límites que le impiden esgrimir armas de fuego o matar intencionalmente a un ser humano, conoce el nombre del juego. Puede trabajar con Jim Gordon según la conveniencia de ambos, pero no hay nada escrito. Al diablo con la batiseñal, Batman y su alterego Bruce Wayne no trabajan para nadie sino para sí mismos y para ciudad gótica, su propio nido cavernoso.
Nótese que para mí –y para muchos- Batman es el yo verdadero, mientras que la máscara es en realidad el traje sastre de diseñador que viste Bruce Wayne. Él es la verdadera fachada, no al revés. Por ello, contradictoriamente el Joker es su némesis perfecto, la antítesis ideal, ya que no porta una máscara ni maquillaje, el se exhibe tal cual es, un hombre perfectamente perverso y a la vez puro, ya que su nihilismo es a prueba de toda lógica y su locura se acerca peligrosamente a lo divino. Es casi el hijo sibilante y malparido de la sociedad decadente postmoderna.
En cambio, Batman representa la contraparte, un hombre que de existir sería el más digno representante de nuestra especie, casi el ideal griego: autodidacta, atleta olímpico, genio intelectual y científico, con altos códigos morales y autocontrol físico y emocional, lo que le permite enfrentar el dolor de todo tipo a favor de su cruzada personal en contra de lo que el considera incorrecto.
Continuará…
lunes, 16 de junio de 2008
Relatos del insomnio
Una madrugada más. Ayer me puse una peda. 10 horas seguidas bebiendo a excepción de dos pausas (una de 5 minutos y una de 15, sólo para reacomodo de escenarios y personajes). Aún así no fue una super peda, ni siquiera llegué a la etapa de naúseas o algo así, sino lo que es peor, ganas de seguir la gozadera... (Sí, material idóneo para A.A.).
Nada de crudas, ser un chaval con tos de fumador en la flor de su juventud es maravilloso. Nada es eterno, por eso hay que aprovecharlo ahora, si no, qué chiste tener superpoderes ó 23 años. Por ejemplo, hoy, una madrugada después, no tendría insomnio y me pondría a escribir pendejadas.
No se me ocurre hacer nada mejor que fumar un porro y escribir estos breves párrafos. Le hacía falta algo a este blog, un cambio de entretelones para mis dos lectores, o mínimo alguna chingadera para que a uno le dé sueño. A bientot y salú...
When the moon is the Seventh House, and Jupiter aligns with Mars...
martes, 13 de mayo de 2008
Los mitos de Cthulhu
Antecedentes históricos de la narrativa de terror de principios del siglo XX y la intertextualidad en el Círculo de Lovecraft
Por: Ricardo E. Tatto
Aunque los mitos de Cthulhu están inscritos en la ciencia ficción, la narrativa onírica y la fantasía literaria, pertenecen al tronco tradicional del cuento de miedo de procedencia anglosajona.
Antes de la aparición de los mitos, en el siglo XVIII la creencia en lo sobrenatural había sido abolida por el racionalismo, al igual que otras quimeras anteriores, por lo que la literatura de muertos que regresan de la tumba y los relatos fantasmagóricos habían perdido su fuerza como provocadores de emociones fuertes en el lector.
Sin embargo, la razón pura esgrimida por el racionalismo olvidó que la memoria –y los instintos-, son esquemas emocionales y de comportamiento que por su utilidad para el individuo o el hombre, han sido interiorizados en forma de reflejos, vaya, se automatizaron a favor de la supervivencia de la especie.
Por lo tanto, dichos sentimientos quedaron fuera del terreno de la razón y se sublimaron al espacio del subconsciente, permaneciendo de manera latente ante cualquier amenaza –real o ficticia-.
Entonces, el escritor de terror posterior al siglo XVIII, inscrito en la corriente del romanticismo, tenía que justificar a sus criaturas con argumentos científicos que fueran si no creíbles, al menos verosímiles. Un ejemplo de ello lo encontramos en el mito del prometeo moderno, Frankenstein de Mary Shelley, cuya creación se debe estrictamente a la ciencia y por lo tanto, constituye una negación del muerto viviente producto de causas sobrenaturales.
Durante el siglo XIX, la literatura de miedo se mantuvo por esos cauces de explicaciones pseudorracionales o de argucias místicas, tratando de sorprender al lector por medio del terror psicológico, como en los cuentos de Edgar Allan Poe, que se valían de la angustia interna y las emociones producidas por los fenómenos desconocidos de las ciencias metafísicas para provocar reacciones emocionales en sus lectores.
No obstante, llegó un punto en que ni estos recursos literarios fueron suficientes para lograr el efecto deseado –el miedo-, por lo que el cuento de terror tuvo que sufrir otro cambio, una mutación –más no evolución-, en sus maneras de causar escalofríos en el hombre moderno.
Un precursor de estos cambios fue el escritor galés casi desconocido Arthur Machen, al percatarse de que el público aún sentía la necesidad de asustarse, pero mediante los terrores ancestrales y desconocidos en el alma humana. Y es que en el siglo XIX, el racionalismo enfrenta un debilitamiento como producto de nuevas filosofías y formas de pensamiento.
Por un lado, Marx enseña que las capas sociales burguesas flotan precariamente sobre un mar embravecido que las ha de destruir; por otro, Freud hace ver que la razón no es más que la última capa evolutiva de la conciencia y que bajo ella habitan terrores innombrables.
Lukács nos dice que la crisis del racionalismo filosófico, social y cultural, es, en el fondo, una ampliación del racionalismo, porque lo que muere es sólo una forma caduca de la razón.[1] Es decir, el racionalismo engendró el interés por lo irracional, por lo que más que un avance evolutivo, constituye una retrospección involutiva en los intereses literarios, al menos en lo que respecta a la ficción de terror.
Todo esto se vio reflejado en la estética del arte, que reflejando ésta crisis, provocó que los pintores, músicos, poetas y novelistas se apartaran de los cánones académicos y voltearan hacia los submundos reprimidos de los cuales hicieron universos de ficción deseados u odiados, utópicos o escapistas, puramente fantásticos o sólidamente verosímiles.[2] En esta revolución cultural, el nuevo cuento de miedo iniciado por Machen incorporó los misterios paganos de su Gales natal. Hizo revivir cultos horrendos, sacrificios humanos, sátiros y faunos, magia arcaica y ciencia hoy perdida por el hombre. Para Machen, en el saber de los antiguos ancestros se escondía una verdad hoy olvidada y desaparecida, logrando que lo sobrenatural nos fuera más cercano, y no por ello menos numinoso: el horror a lo desconocido.
A partir de ahí, los escritores fantásticos siguieron la senda de Machen y exploraron las nuevas posibilidades abiertas por él. Descubrieron nuevos mundos de caos y horror, retrocedieron a épocas primitivas, prehistóricas, prehumanas, a épocas de oscuridad primigenia, de vagas formas protoplásmicas del despertar del mundo. La arcaica capa geológica como símbolo de un estrato primitivo y salvaje de la mente del hombre. Finalmente, los terrores primitivos vinieron a ocupar el lugar del terror más cercano y más reciente, ése que nos es tan cercano que ya no nos atemoriza.
Así, Bram Stoker revivió en su última novela, La guarida del gusano blanco (1911)[3], a un horrible ser prehistórico que había llegado a nuestros días por un extraño camino evolutivo. Curiosamente, se afirmó de manera errónea que Stoker perteneció a la sociedad secreta llamada Golden Dawn (Amanecer dorado), misma de la que eran parte Arthur Machen y también Yeats. A su vez, Lord Dunsany inventó mundos oníricos de pura evasión, y Algernon Blackwood hizo protagonista de sus relatos al horror numinoso, a la fascinación de la naturaleza virgen. Pero de todos ellos, el que mejor supo expresar la angustia de su tiempo, fue un joven enfermizo: Howard Phillips Lovecraft.
Lovecraft nació en Providence, E.U.A., el 20 de agosto de 1890. Criado prácticamente por su madre neurótica y posesiva, el joven Howard recibió una educación aristocrática bajo la excusa de tener abuelos británicos, por lo que siempre se sintió ajeno al país en el que vivía. Tuvo una niñez ilusa de gente bien venida a menos, y apenas tenía lo suficiente para sobrevivir, lo cual no evitó que Lovecraft se sintiera orgulloso y superior a la demás gente, tal como le enseñó su madre.
De ahí se desprende la xenofobia y el racismo manifiesto que impregna sus textos, los cuales fueron utilizados como materia en la que expresa su aversión a las mezclas, a lo impuro, a lo extraño. Según Eduardo Haro, prologuista de El sepulcro y otros relatos: “en ese mundo de horror, en ese mundo caótico por el que se mueven monstruos que son nuestro prójimos, reconocemos –como en un sueño que se interpretase a sí mismo en claves transparentes- nuestro propio mundo, el terror puede surgir en cualquier momento y lugar, la monstruosidad está latente tras cualquier paisaje; en cualquier persona también. Todos podemos ser monstruos, todo puede ser monstruoso –es decir, ajeno”.
Este concepto de otredad racial y discriminación, fue lo que motivó a Lovecraft a explotar las diferencias físicas como señal de un origen perverso y desconocido, en lo que todo lo que fuera diferente indefectiblemente ocultaba algo siniestro.
En 1917, publicó su primer relato Dagon, en la revista Weird Tales, y en 1921 sucedieron dos hechos definitorios en su vida: la muerte de su madre y su decisión de ganarse la vida como escritor de cuentos de miedo, como crítico, como corrector de estilo, como lo que fuese, con tal de que estuviera relacionado con la escritura.
Así, aunque la mayoría de sus cuentos pasaron desapercibidos para el gran público, hubo quienes se interesaron en ellos y le escribieron al autor. Lovecraft, cuyo siglo predilecto era el XVIII, cultivó de esa manera el arte epistolar y mediante esa correspondencia con escritores conocidos, noveles o aficionados, se fue conformando lo que más tarde llegaría a ser llamado “Círculo de Lovecraft”. Mediante sus cartas hizo amigos, a los que bautizó con nombres extraños que luego incorporaría en sus relatos.
Frank Belknap Long se convirtió en Belknapius, Donald Wandrei en Melmoth, August Derleth en el Conde d’Erlette, Clark Ashton Smith en Klarkash-Ton, Robert Bloch en Bho-Blok, Virgil Finlay en Monstro Ligriv, Robert Howard en Bob-Dos-Pistolas; inclusive él mismo firmaba sus cartas como el sumo sacerdote Ech-Pi-El (transcripción fonética de sus iniciales), o como Abdul Alhazred o Luveh-kerapf.[4]
La amistad postal y multilateral del Círculo de Lovecraft tuvo eco en su producción literaria, ya que no sólo ellos aparecieron en los cuentos de Lovecraft, sino que él igual apareció en sus relatos. A partir de La llamada de Cthulhu (1926), los mitos adquieren su madurez y forma definitiva basada en la colaboración mutua. Los mitos de Cthulhu son una obra colectiva que tendió redes intertextuales[5] en torno a un hombre solitario.
El germen del concepto de intertextualidad lo hallamos en la teoría literaria de Mijail Bajtín, formulada en los años treinta del siglo XX, la cual concibe la novela, en particular las de François Rabelais, Jonathan Swift y Fedor Dostoievski, como polifonías textuales donde resuenan, además de la propia, otras voces. Es decir, como una apropiación y recreación de lenguajes ajenos. Según Bajtín la conciencia es esencialmente dialógica, y la idea, de hecho, no empieza a vivir sino cuando establece relaciones dialógicas esenciales con ideas ajenas. En el caso de la novela, que es el que le ocupa, el escritor sabe que el mundo está saturado de palabras ajenas, en medio de las cuales él se orienta.
Sin embargo, fue Julia Kristeva quien a partir de las intuiciones bajtinianas sobre el dialogismo literario, acuñó en 1967 el término intertextualidad. Para esta autora "todo texto es la absorción o transformación de otro texto".[6] Por otro lado, la opinión generalizada de otros autores es considerar la intertextualidad como la percepción por parte del lector de la relación entre una obra y otras que la preceden, o como en el caso del Círculo de Lovecraft, que se enriquecen entre sí al ser contemporáneas.
Es así como Lovecraft retomó de autores anteriores a él algunos elementos que fue incorporando en la estructura de sus relatos, hasta alcanzar su fase madura con Los mitos de Cthulhu. De Machen integró los cultos de la antigüedad clásica, los afanes arqueológicos, la desintegración de la figura humana en magma amorfo –como en el cuento Vinum Sabbati[7]-, los símbolos resplandecientes y tetradimensionales, las doctrinas esotéricas de ciertas sociedades secretas y el materialismo de explicar lo sobrenatural mediante métodos científicos hoy olvidados.
De él tomó también tres detalles concretos: el arcaico e imaginario lenguaje aklo, los misteriosos Dholes y el gran dios Nodens, señor de los abismos. Así mismo, de Algernon Blackwood tomó la existencia de seres primordiales y la fascinación por la naturaleza virgen personificada en varias divinidades incorpóreas regidas por los elementos –como el caso del Wendigo, leyenda folclórica nativa de los indios norteamericanos-, que más tarde retomó Derleth bajo el nombre de Ithaqua, El que camina en el viento.
También del cuento La casa en el confín de la tierra, de Hodgson, tomó la existencia de larvas espirituales en dimensiones paralelas y de puertas místicas que permiten su acceso, lo que le dio ese toque de horror cósmico tan característico de él. Dichas larvas interestelares aparecen en Los perros de Tíndalos, de Frank Belknap Long.
Como es natural, una de sus grandes influencias fue la figura de Poe, autor que ubicó muchos de sus relatos en la ciudad de Providence o la región de Nueva Inglaterra, al igual que Lovecraft posteriormente, quien extrajo detalles específicos de Las aventuras de Arthur Gordon Pym, como ciertas frases de un dialecto que aparece en esa narración.
Por otro lado, el relato The King in Yellow de R.W. Chambers, produjo una impresión duradera en el joven Lovecraft, ya que la historia gira en torno a un misterioso libro prohibido, cuya lectura produce terror, locura y tragedia. En ese libro maldito, podemos ver claramente un antepasado directo del infame Necronomicón, célebre en la mitología de Cthulhu, por haber sido escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.
La lista de elementos que fueron incorporados a los mitos es demasiada larga para ser incorporada en su totalidad en este trabajo, por lo que he enumerado las referencias más importantes. Desde el génesis del Círculo de Lovecraft, sus integrantes aportaron ideas nuevas, lecturas sugeridas, volúmenes místicos imaginarios y añadieron dioses al panteón deificado del ciclo Cthulhu. Por último, Donald Wandrei y Belknap Long contribuyeron a darle un toque de ciencia ficción a Los mitos de Cthulhu, incluyendo la fantasía científica dentro de sus textos.
Como dato curioso, un aspecto que forma parte de los mitos es el de hacer menciones o referirse a culturas ya desaparecidas, por lo que en un par de ellos se remiten precisamente a la civilización maya y al contexto geográfico de Yucatán.
Por ejemplo, en La iglesia de High Street, de J. R. Campbell, el protagonista se topa con unos manuscritos con anotaciones confusas: “El primer montón de cuartillas llevaba el título de Pruebas y Corroboraciones, y no tardé en darme cuenta que ya su primera página era característica. Consistía en una serie de anotaciones breves e inconexas, referentes a la civilización maya de Centroamérica. […] Kukulkán (¿Cthulhu?) Tal era la tónica general de dichas anotaciones. Seguí repasándolas, no obstante, y no tardé en darme cuenta de que no estaban tomadas al azar, sino que todas ellas tenían algo en común.”
Al igual que en el anterior relato, en el de R. E. Howard, La piedra negra, el protagonista encuentra un ancestral y misterioso monolito oscuro, y al verlo realiza la siguiente comparación: “Lo que más llegaba a parecérsele, de todo lo que había visto en mi vida, eran unos toscos garabatos trazados sobre una roca gigantesca, extrañamente simétrica, de un valle perdido del Yucatán.”
Ahora bien, al identificar las principales estructuras e influencias que constituyen los puntales donde se sostienen los mitos, es inevitable preguntarse qué tan originales son los relatos de Lovecraft, sobretodo considerando la inextricable maraña intertextual que conforman sus cuentos.
Sobre este cuestionamiento, debo decir que su valor reside precisamente en la suma de los elementos que integran su obra, en su visión como una totalidad, es decir, en una especie de Gestalt cuya suma estructural da como resultado un contenido y una calidad identificable, ubicando su trabajo como parte fundamental de la literatura fantástica y de terror.
Lovecraft falleció prematuramente en 1937, a los 47 años. August Derleth inició entonces una colaboración más allá de la muerte con su maestro literario, utilizando algunos de sus esbozos y desarrollando las ideas incompletas de Lovecraft en cuentos que acabaron publicados bajo ambos nombres, como es el caso de La hoya de las brujas, o El sello de R´lyeh, este último consistiendo en una continuación al famoso relato La sombra sobre Innsmouth, o el máximo logro de su fecunda colaboración: El que se acecha en el umbral.
También Robert Bloch y Lovecraft colaboraron entre sí, dos años antes de la muerte del segundo. Bloch escribió el cuento El vampiro estelar, que tuvo su segunda parte en El morador de las tinieblas, narración en la cual Lovecraft como homenaje convierte a su amigo en el personaje de Robert Blake, protagonista de la historia. Posteriormente, Bloch escribió una contrarréplica llamada La sombra que huyó del chapitel, cuya trama es interesante debido a la evolución del horror cósmico al terror científico, haciendo una analogía mística entre objetos extraños y la era nuclear, como reflejo del contexto histórico que se estaba viviendo en 1935. Más tarde, el joven Robert Bloch que tenía 17 años en ese entonces se convertiría en el autor de la famosa novela Psicosis que fue llevada exitosamente al cine.
Sin embargo, después de la muerte de Lovecraft el círculo no se disolvió, ya que Wandrei y Derleth fundaron la editorial Arkham House, en honor a una de las ciudades ficticias que apareciera en varios relatos de Los mitos de Cthulhu. A través de dicha editorial, continuaron publicando las obras del resto de los integrantes del Círculo de Lovecraft, así como manuscritos inéditos que fueron recopilados por ellos mismos y que vieran la luz de manera póstuma.
Por lo tanto, la mitología Cthulhu debe ser vista como una obra colectiva, en la que cada uno de los autores aportó sus propios terrores y angustias para conformar el universo ominoso y el horror cósmico donde el caos aparece reptante por entre sus relatos.
Así, el legado de Los mitos de Cthulhu, emuló aquella frase de su principal exponente: “No está muerto lo que yace perpetuamente. Y con el paso de los eones, incluso la muerte misma puede fenecer”.
Bibliografía
· KRISTEVA, Julia: Semiótica 1 y 2. Fundamentos, Madrid, 1969 (Reed. 1995)
· LLOPIS, Rafael : Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros. Alianza Editorial, España, 1969 (Reed. 2005).
· LOVECRAFT, H.P.: El horror en la literatura. Alianza Editorial, España, 1984.
· LOVECRAFT, H.P: Los mitos de Cthulhu. Editorial Tomo, México, 2003.
· LOVECRAFT, H.P: La búsqueda soñada de la oculta Kadath. Editorial Tomo, México, 2003.
· LUKÁCS, Georg: El asalto a la razón. FCE, México, 1959.
· POE, Edgar Allan: Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Editorial Tomo, México, 2002.
[1] LUKÁCS, Georg: El asalto a la razón. FCE, México, 1959.
[2] LLOPIS, Rafael : Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros. Alianza Editorial, España, 1969.
[3] De esta novela dijo Lovecraft que “arruinaba completamente una idea magnífica por el tratamiento casi infantil de la misma”. LOVECRAFT, H.P.: El horror en la literatura. Alianza Editorial, España, 1984.
[4] Recopilación de nombres que vienen en el prólogo de Luis Rutiaga en la selección de cuentos Los mitos de Cthulhu. LOVECRAFT, H.P: Los mitos de Cthulhu. Editorial Tomo, México, 2003.
[5] El conjunto de relaciones que acercan un texto determinado a otros textos de varia procedencia: del mismo autor o más comúnmente de otros, de la misma época o de épocas anteriores, con una referencia explícita (literal o alusiva u otra) o la apelación a un género, a un arquetipo textual o a una fórmula imprecisa o anónima.
[6] KRISTEVA, Julia: Semiótica 1 y 2. Fundamentos, Madrid, 1969.
[7] Cuyo título original es The White Powder (El polvo blanco). La traducción en español estuvo a cargo de Francisco Torres Oliver.
Por: Ricardo E. Tatto
Aunque los mitos de Cthulhu están inscritos en la ciencia ficción, la narrativa onírica y la fantasía literaria, pertenecen al tronco tradicional del cuento de miedo de procedencia anglosajona.
Antes de la aparición de los mitos, en el siglo XVIII la creencia en lo sobrenatural había sido abolida por el racionalismo, al igual que otras quimeras anteriores, por lo que la literatura de muertos que regresan de la tumba y los relatos fantasmagóricos habían perdido su fuerza como provocadores de emociones fuertes en el lector.
Sin embargo, la razón pura esgrimida por el racionalismo olvidó que la memoria –y los instintos-, son esquemas emocionales y de comportamiento que por su utilidad para el individuo o el hombre, han sido interiorizados en forma de reflejos, vaya, se automatizaron a favor de la supervivencia de la especie.
Por lo tanto, dichos sentimientos quedaron fuera del terreno de la razón y se sublimaron al espacio del subconsciente, permaneciendo de manera latente ante cualquier amenaza –real o ficticia-.
Entonces, el escritor de terror posterior al siglo XVIII, inscrito en la corriente del romanticismo, tenía que justificar a sus criaturas con argumentos científicos que fueran si no creíbles, al menos verosímiles. Un ejemplo de ello lo encontramos en el mito del prometeo moderno, Frankenstein de Mary Shelley, cuya creación se debe estrictamente a la ciencia y por lo tanto, constituye una negación del muerto viviente producto de causas sobrenaturales.
Durante el siglo XIX, la literatura de miedo se mantuvo por esos cauces de explicaciones pseudorracionales o de argucias místicas, tratando de sorprender al lector por medio del terror psicológico, como en los cuentos de Edgar Allan Poe, que se valían de la angustia interna y las emociones producidas por los fenómenos desconocidos de las ciencias metafísicas para provocar reacciones emocionales en sus lectores.
No obstante, llegó un punto en que ni estos recursos literarios fueron suficientes para lograr el efecto deseado –el miedo-, por lo que el cuento de terror tuvo que sufrir otro cambio, una mutación –más no evolución-, en sus maneras de causar escalofríos en el hombre moderno.
Un precursor de estos cambios fue el escritor galés casi desconocido Arthur Machen, al percatarse de que el público aún sentía la necesidad de asustarse, pero mediante los terrores ancestrales y desconocidos en el alma humana. Y es que en el siglo XIX, el racionalismo enfrenta un debilitamiento como producto de nuevas filosofías y formas de pensamiento.
Por un lado, Marx enseña que las capas sociales burguesas flotan precariamente sobre un mar embravecido que las ha de destruir; por otro, Freud hace ver que la razón no es más que la última capa evolutiva de la conciencia y que bajo ella habitan terrores innombrables.
Lukács nos dice que la crisis del racionalismo filosófico, social y cultural, es, en el fondo, una ampliación del racionalismo, porque lo que muere es sólo una forma caduca de la razón.[1] Es decir, el racionalismo engendró el interés por lo irracional, por lo que más que un avance evolutivo, constituye una retrospección involutiva en los intereses literarios, al menos en lo que respecta a la ficción de terror.
Todo esto se vio reflejado en la estética del arte, que reflejando ésta crisis, provocó que los pintores, músicos, poetas y novelistas se apartaran de los cánones académicos y voltearan hacia los submundos reprimidos de los cuales hicieron universos de ficción deseados u odiados, utópicos o escapistas, puramente fantásticos o sólidamente verosímiles.[2] En esta revolución cultural, el nuevo cuento de miedo iniciado por Machen incorporó los misterios paganos de su Gales natal. Hizo revivir cultos horrendos, sacrificios humanos, sátiros y faunos, magia arcaica y ciencia hoy perdida por el hombre. Para Machen, en el saber de los antiguos ancestros se escondía una verdad hoy olvidada y desaparecida, logrando que lo sobrenatural nos fuera más cercano, y no por ello menos numinoso: el horror a lo desconocido.
A partir de ahí, los escritores fantásticos siguieron la senda de Machen y exploraron las nuevas posibilidades abiertas por él. Descubrieron nuevos mundos de caos y horror, retrocedieron a épocas primitivas, prehistóricas, prehumanas, a épocas de oscuridad primigenia, de vagas formas protoplásmicas del despertar del mundo. La arcaica capa geológica como símbolo de un estrato primitivo y salvaje de la mente del hombre. Finalmente, los terrores primitivos vinieron a ocupar el lugar del terror más cercano y más reciente, ése que nos es tan cercano que ya no nos atemoriza.
Así, Bram Stoker revivió en su última novela, La guarida del gusano blanco (1911)[3], a un horrible ser prehistórico que había llegado a nuestros días por un extraño camino evolutivo. Curiosamente, se afirmó de manera errónea que Stoker perteneció a la sociedad secreta llamada Golden Dawn (Amanecer dorado), misma de la que eran parte Arthur Machen y también Yeats. A su vez, Lord Dunsany inventó mundos oníricos de pura evasión, y Algernon Blackwood hizo protagonista de sus relatos al horror numinoso, a la fascinación de la naturaleza virgen. Pero de todos ellos, el que mejor supo expresar la angustia de su tiempo, fue un joven enfermizo: Howard Phillips Lovecraft.
Lovecraft nació en Providence, E.U.A., el 20 de agosto de 1890. Criado prácticamente por su madre neurótica y posesiva, el joven Howard recibió una educación aristocrática bajo la excusa de tener abuelos británicos, por lo que siempre se sintió ajeno al país en el que vivía. Tuvo una niñez ilusa de gente bien venida a menos, y apenas tenía lo suficiente para sobrevivir, lo cual no evitó que Lovecraft se sintiera orgulloso y superior a la demás gente, tal como le enseñó su madre.
De ahí se desprende la xenofobia y el racismo manifiesto que impregna sus textos, los cuales fueron utilizados como materia en la que expresa su aversión a las mezclas, a lo impuro, a lo extraño. Según Eduardo Haro, prologuista de El sepulcro y otros relatos: “en ese mundo de horror, en ese mundo caótico por el que se mueven monstruos que son nuestro prójimos, reconocemos –como en un sueño que se interpretase a sí mismo en claves transparentes- nuestro propio mundo, el terror puede surgir en cualquier momento y lugar, la monstruosidad está latente tras cualquier paisaje; en cualquier persona también. Todos podemos ser monstruos, todo puede ser monstruoso –es decir, ajeno”.
Este concepto de otredad racial y discriminación, fue lo que motivó a Lovecraft a explotar las diferencias físicas como señal de un origen perverso y desconocido, en lo que todo lo que fuera diferente indefectiblemente ocultaba algo siniestro.
En 1917, publicó su primer relato Dagon, en la revista Weird Tales, y en 1921 sucedieron dos hechos definitorios en su vida: la muerte de su madre y su decisión de ganarse la vida como escritor de cuentos de miedo, como crítico, como corrector de estilo, como lo que fuese, con tal de que estuviera relacionado con la escritura.
Así, aunque la mayoría de sus cuentos pasaron desapercibidos para el gran público, hubo quienes se interesaron en ellos y le escribieron al autor. Lovecraft, cuyo siglo predilecto era el XVIII, cultivó de esa manera el arte epistolar y mediante esa correspondencia con escritores conocidos, noveles o aficionados, se fue conformando lo que más tarde llegaría a ser llamado “Círculo de Lovecraft”. Mediante sus cartas hizo amigos, a los que bautizó con nombres extraños que luego incorporaría en sus relatos.
Frank Belknap Long se convirtió en Belknapius, Donald Wandrei en Melmoth, August Derleth en el Conde d’Erlette, Clark Ashton Smith en Klarkash-Ton, Robert Bloch en Bho-Blok, Virgil Finlay en Monstro Ligriv, Robert Howard en Bob-Dos-Pistolas; inclusive él mismo firmaba sus cartas como el sumo sacerdote Ech-Pi-El (transcripción fonética de sus iniciales), o como Abdul Alhazred o Luveh-kerapf.[4]
La amistad postal y multilateral del Círculo de Lovecraft tuvo eco en su producción literaria, ya que no sólo ellos aparecieron en los cuentos de Lovecraft, sino que él igual apareció en sus relatos. A partir de La llamada de Cthulhu (1926), los mitos adquieren su madurez y forma definitiva basada en la colaboración mutua. Los mitos de Cthulhu son una obra colectiva que tendió redes intertextuales[5] en torno a un hombre solitario.
El germen del concepto de intertextualidad lo hallamos en la teoría literaria de Mijail Bajtín, formulada en los años treinta del siglo XX, la cual concibe la novela, en particular las de François Rabelais, Jonathan Swift y Fedor Dostoievski, como polifonías textuales donde resuenan, además de la propia, otras voces. Es decir, como una apropiación y recreación de lenguajes ajenos. Según Bajtín la conciencia es esencialmente dialógica, y la idea, de hecho, no empieza a vivir sino cuando establece relaciones dialógicas esenciales con ideas ajenas. En el caso de la novela, que es el que le ocupa, el escritor sabe que el mundo está saturado de palabras ajenas, en medio de las cuales él se orienta.
Sin embargo, fue Julia Kristeva quien a partir de las intuiciones bajtinianas sobre el dialogismo literario, acuñó en 1967 el término intertextualidad. Para esta autora "todo texto es la absorción o transformación de otro texto".[6] Por otro lado, la opinión generalizada de otros autores es considerar la intertextualidad como la percepción por parte del lector de la relación entre una obra y otras que la preceden, o como en el caso del Círculo de Lovecraft, que se enriquecen entre sí al ser contemporáneas.
Es así como Lovecraft retomó de autores anteriores a él algunos elementos que fue incorporando en la estructura de sus relatos, hasta alcanzar su fase madura con Los mitos de Cthulhu. De Machen integró los cultos de la antigüedad clásica, los afanes arqueológicos, la desintegración de la figura humana en magma amorfo –como en el cuento Vinum Sabbati[7]-, los símbolos resplandecientes y tetradimensionales, las doctrinas esotéricas de ciertas sociedades secretas y el materialismo de explicar lo sobrenatural mediante métodos científicos hoy olvidados.
De él tomó también tres detalles concretos: el arcaico e imaginario lenguaje aklo, los misteriosos Dholes y el gran dios Nodens, señor de los abismos. Así mismo, de Algernon Blackwood tomó la existencia de seres primordiales y la fascinación por la naturaleza virgen personificada en varias divinidades incorpóreas regidas por los elementos –como el caso del Wendigo, leyenda folclórica nativa de los indios norteamericanos-, que más tarde retomó Derleth bajo el nombre de Ithaqua, El que camina en el viento.
También del cuento La casa en el confín de la tierra, de Hodgson, tomó la existencia de larvas espirituales en dimensiones paralelas y de puertas místicas que permiten su acceso, lo que le dio ese toque de horror cósmico tan característico de él. Dichas larvas interestelares aparecen en Los perros de Tíndalos, de Frank Belknap Long.
Como es natural, una de sus grandes influencias fue la figura de Poe, autor que ubicó muchos de sus relatos en la ciudad de Providence o la región de Nueva Inglaterra, al igual que Lovecraft posteriormente, quien extrajo detalles específicos de Las aventuras de Arthur Gordon Pym, como ciertas frases de un dialecto que aparece en esa narración.
Por otro lado, el relato The King in Yellow de R.W. Chambers, produjo una impresión duradera en el joven Lovecraft, ya que la historia gira en torno a un misterioso libro prohibido, cuya lectura produce terror, locura y tragedia. En ese libro maldito, podemos ver claramente un antepasado directo del infame Necronomicón, célebre en la mitología de Cthulhu, por haber sido escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.
La lista de elementos que fueron incorporados a los mitos es demasiada larga para ser incorporada en su totalidad en este trabajo, por lo que he enumerado las referencias más importantes. Desde el génesis del Círculo de Lovecraft, sus integrantes aportaron ideas nuevas, lecturas sugeridas, volúmenes místicos imaginarios y añadieron dioses al panteón deificado del ciclo Cthulhu. Por último, Donald Wandrei y Belknap Long contribuyeron a darle un toque de ciencia ficción a Los mitos de Cthulhu, incluyendo la fantasía científica dentro de sus textos.
Como dato curioso, un aspecto que forma parte de los mitos es el de hacer menciones o referirse a culturas ya desaparecidas, por lo que en un par de ellos se remiten precisamente a la civilización maya y al contexto geográfico de Yucatán.
Por ejemplo, en La iglesia de High Street, de J. R. Campbell, el protagonista se topa con unos manuscritos con anotaciones confusas: “El primer montón de cuartillas llevaba el título de Pruebas y Corroboraciones, y no tardé en darme cuenta que ya su primera página era característica. Consistía en una serie de anotaciones breves e inconexas, referentes a la civilización maya de Centroamérica. […] Kukulkán (¿Cthulhu?) Tal era la tónica general de dichas anotaciones. Seguí repasándolas, no obstante, y no tardé en darme cuenta de que no estaban tomadas al azar, sino que todas ellas tenían algo en común.”
Al igual que en el anterior relato, en el de R. E. Howard, La piedra negra, el protagonista encuentra un ancestral y misterioso monolito oscuro, y al verlo realiza la siguiente comparación: “Lo que más llegaba a parecérsele, de todo lo que había visto en mi vida, eran unos toscos garabatos trazados sobre una roca gigantesca, extrañamente simétrica, de un valle perdido del Yucatán.”
Ahora bien, al identificar las principales estructuras e influencias que constituyen los puntales donde se sostienen los mitos, es inevitable preguntarse qué tan originales son los relatos de Lovecraft, sobretodo considerando la inextricable maraña intertextual que conforman sus cuentos.
Sobre este cuestionamiento, debo decir que su valor reside precisamente en la suma de los elementos que integran su obra, en su visión como una totalidad, es decir, en una especie de Gestalt cuya suma estructural da como resultado un contenido y una calidad identificable, ubicando su trabajo como parte fundamental de la literatura fantástica y de terror.
Lovecraft falleció prematuramente en 1937, a los 47 años. August Derleth inició entonces una colaboración más allá de la muerte con su maestro literario, utilizando algunos de sus esbozos y desarrollando las ideas incompletas de Lovecraft en cuentos que acabaron publicados bajo ambos nombres, como es el caso de La hoya de las brujas, o El sello de R´lyeh, este último consistiendo en una continuación al famoso relato La sombra sobre Innsmouth, o el máximo logro de su fecunda colaboración: El que se acecha en el umbral.
También Robert Bloch y Lovecraft colaboraron entre sí, dos años antes de la muerte del segundo. Bloch escribió el cuento El vampiro estelar, que tuvo su segunda parte en El morador de las tinieblas, narración en la cual Lovecraft como homenaje convierte a su amigo en el personaje de Robert Blake, protagonista de la historia. Posteriormente, Bloch escribió una contrarréplica llamada La sombra que huyó del chapitel, cuya trama es interesante debido a la evolución del horror cósmico al terror científico, haciendo una analogía mística entre objetos extraños y la era nuclear, como reflejo del contexto histórico que se estaba viviendo en 1935. Más tarde, el joven Robert Bloch que tenía 17 años en ese entonces se convertiría en el autor de la famosa novela Psicosis que fue llevada exitosamente al cine.
Sin embargo, después de la muerte de Lovecraft el círculo no se disolvió, ya que Wandrei y Derleth fundaron la editorial Arkham House, en honor a una de las ciudades ficticias que apareciera en varios relatos de Los mitos de Cthulhu. A través de dicha editorial, continuaron publicando las obras del resto de los integrantes del Círculo de Lovecraft, así como manuscritos inéditos que fueron recopilados por ellos mismos y que vieran la luz de manera póstuma.
Por lo tanto, la mitología Cthulhu debe ser vista como una obra colectiva, en la que cada uno de los autores aportó sus propios terrores y angustias para conformar el universo ominoso y el horror cósmico donde el caos aparece reptante por entre sus relatos.
Así, el legado de Los mitos de Cthulhu, emuló aquella frase de su principal exponente: “No está muerto lo que yace perpetuamente. Y con el paso de los eones, incluso la muerte misma puede fenecer”.
Bibliografía
· KRISTEVA, Julia: Semiótica 1 y 2. Fundamentos, Madrid, 1969 (Reed. 1995)
· LLOPIS, Rafael : Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros. Alianza Editorial, España, 1969 (Reed. 2005).
· LOVECRAFT, H.P.: El horror en la literatura. Alianza Editorial, España, 1984.
· LOVECRAFT, H.P: Los mitos de Cthulhu. Editorial Tomo, México, 2003.
· LOVECRAFT, H.P: La búsqueda soñada de la oculta Kadath. Editorial Tomo, México, 2003.
· LUKÁCS, Georg: El asalto a la razón. FCE, México, 1959.
· POE, Edgar Allan: Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Editorial Tomo, México, 2002.
[1] LUKÁCS, Georg: El asalto a la razón. FCE, México, 1959.
[2] LLOPIS, Rafael : Los mitos de Cthulhu, Lovecraft y otros. Alianza Editorial, España, 1969.
[3] De esta novela dijo Lovecraft que “arruinaba completamente una idea magnífica por el tratamiento casi infantil de la misma”. LOVECRAFT, H.P.: El horror en la literatura. Alianza Editorial, España, 1984.
[4] Recopilación de nombres que vienen en el prólogo de Luis Rutiaga en la selección de cuentos Los mitos de Cthulhu. LOVECRAFT, H.P: Los mitos de Cthulhu. Editorial Tomo, México, 2003.
[5] El conjunto de relaciones que acercan un texto determinado a otros textos de varia procedencia: del mismo autor o más comúnmente de otros, de la misma época o de épocas anteriores, con una referencia explícita (literal o alusiva u otra) o la apelación a un género, a un arquetipo textual o a una fórmula imprecisa o anónima.
[6] KRISTEVA, Julia: Semiótica 1 y 2. Fundamentos, Madrid, 1969.
[7] Cuyo título original es The White Powder (El polvo blanco). La traducción en español estuvo a cargo de Francisco Torres Oliver.
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