Cuentos, ensayos, debrayes y pendejadas

lunes, 13 de octubre de 2008

Querido John, felicidades…*


Ricardo E. Tatto

Al abrir los ojos y enjuagar mi boca pastosa, la lucidez de la mañana me trajo al rostro una sonrisa sincera: hoy es tu cumpleaños John (por ayer). Uno más que pienso celebrar contigo; ya van varios años seguidos en los que celebro tu nacimiento a mi muy personal manera. Así ha sido desde que te conocí.
Yo cursaba la secundaria cuando sucedió el encuentro contigo y tus amigos, Paul, George y Ringo, a quienes también aprecio, aunque alguno ya se haya ido a probar suerte en otros lares de índole metafísica o sobrenatural. Pero desde aquella vez que trabé conocimiento con y sobre ustedes, mi vida no volvió a ser la misma.
Te reirás de esto Johnny, pero es en serio. Si, ya sé que muchos o casi todos te han dicho lo mismo innumerables veces, pero qué hacer si es la mera verdad. En especial cuando después te fui conociendo a profundidad, al margen de los demás, y me percaté de qué tan especial y diferente eres.
Nunca me interesó tu fama –y creo que a ti tampoco-, e inclusive, tiempo después, la música que hacías también pasó a segundo plano en mi creciente admiración por ti. Al ir creciendo, lo reconozco, una especia de idolatría se empezó a formar. Pero esa devoción iconoclasta –que aún profeso en cierta medida- fue diluyéndose y transformándose en algo más.
Ese algo era mucho mejor, más puro y bidireccional, una cuestión más de camaradería. Fue encontrarme ya no aplaudiéndote en la lejanía, sino entablando un diálogo contigo -ya fuera que lo supieras o no-, que alimentó ya no sólo mis oídos, sino mi espíritu, mi intelecto, el topus uranus donde pululan las ideas.
Y es que por ti aprendí a levantar la voz, a crispar mi puño en ristre listo para combatir, en aplaudir para levantar el ánimo, en cantar mientras marchamos, vaya, a protestar por lo que uno cree y luchar por esos ideales hasta sus últimas y -a veces- funestas consecuencias.
Además, en distintos momentos de mi vida cuando por alguna razón me alejé de tu amistad y tus palabras, regresaste con brío y frases frescas que, una vez más, concatenaron en mi ideología a la perfección. Como cuando me dijiste: “Dios es un concepto con el que medimos nuestro dolor”. Para luego enseguida afirmar “no creo en la biblia, no creo en Jesús, no creo en reyes, sólo creo en mí…”.
Recuerdo bien ese día porque yo también me sentía así, y el encuentro con el otro, contigo, símil en reflexiones, me quitó un poco la soledad de un precoz adolescente en contra de todo y afrentado a las normas inmorales que me pretendían imponer en casa y afuera por la llamada sociedad.
Gracias John, de verdad. Callada y tal vez tontamente, en mis años de universidad te rendí tributo portando una playera tuya cada semana y en ocasiones especiales, como cuando vino Bush –un asesino que hubieras detestado de haberlo conocido- y salimos a tomar las calles y protestar en contra suya y sus actos genocidas mundiales. Luego hubo incidentes desafortunados y consigna contra los que lucían sus atuendos como yo.
Pero me salvé. Me diste suerte ese día. Saber de ti, estudiar y analizar tus diversos actos, tus luchas y fracasos, definitivamente son lecciones de vida que mantengo muy en mente y que se hacen presentes cuando la zozobra amenaza con derribarme. Por eso me alegro de haberte conocido y de tenerte como amigo, de mis mejores amigos John.
Debo marcharme. En la noche una sinfónica de tu país tocará algo de tu música en un tributo para ti y los demás chicos. Salúdamelos por favor. Feliz cumpleaños Winston –ya sé que no te gusta que te llame por tu segundo nombre, pero vamos, es de cariño-. Me despido con un abrazo.
Sinceramente tuyo, Ricardo.

*Publicado en el Por Esto! el viernes 10 de octubre de 2008.

2 comentarios:

Kitsune dijo...

Hubieras añadido una foto tuya con playera de los Beatles para que se viera lo traumado que estás
:P

Maik Civeira dijo...

Muy entrañable texto, amigo. Me gustó.