4PM. Arribamos a Mérida sin morir en el intento. Haber sobrevivido una vez más me da el empuje que necesito, aún no es hora. Algo me depara la existencia y tengo que averiguarlo. Extraerle la médula a la vida, follarme a las parcas sin lubricante. Qué frío.
La retahila de automóviles en la curva que desemboca en La Casita no termina de sorprenderme. Ebrios, sucios y despeinados ingresamos. Traigo el cabello suelto. Cuando me suelto la melena es que estoy en plan de Australophitecus Afarensis; es decir, la bestia ha sido liberada. Le tengo miedo a la bestia, cada determinado tiempo surge. Se ha debilitado, ya no acaba tirada bebiendo lo que esté a su alcance aun cuando no pueda ni ponerse en pie para rejurgitar. ¿O es que la bestia es más salvaje que nunca?
Como sea, quedo en shock cuando veo los 6 barriles estibados junto a las neveras. Miro a Sory y mutuamente alzamos las cejas. Te amo pero no nos hagamos pendejos. Hay un trabajo por hacer. Las jarras fluyen como si fuera boda oaxaqueña. Hay un chingo de gente. Una banda de rock ameniza la tarde con puros revivals. Perdonen mi exceso de puntuación, pero para este momento percibo el panorama como en escenas de películas. Escribo el guión de mi pasado y las secuencias como las vi ese día. Es un plano abierto y desenfocado...
Las espaldas y los hombros nos arden. Haber olvidado el bloqueador solar nos cobra su cuota. No lo pienso demasiado y Lizette nos sonsaca. Es hora del retorno a nuestro origen primordial, al caldo de cultivo que nos compone: es necesario el piscinazo. Las mujeres se cambian, yo me limito a quitarme la playera. ¡Por Dior! Me encantan los bikinis. Amo a las féminas semidesnudas y mojadas, no en afán perverso sino contemplativo, de ese que produce placer estético.
La cereza en el pastel es la bandeja inflable que flota ondulante en la piscina. De nuevo los tragos nos siguen a donde quiera que vayamos. Me parece bien, que todo fluya ininterrumpidamente, es el tercer día de borrachera y me siento pedo pero estable; traigo las riendas bien agarradas. Al diablo con mi cerveza, alguien me está convidando vino. Perfecto, ya ha oscurecido y el agua está helada. Sory tiembla a mi lado mientras fuma y moja la boquilla del cigarro con sus dedos.
Ya reanimados con el remojón, regresamos a la fiesta. En realidad nunca nos fuimos. El padre de Gato, Don Héctor, se encuentra sentado solo en una mesa. Nos acercamos a saludar. A pesar de que en varias ocasiones anteriores ya me he presentado al parecer el señor no me ubica y me espeta un saludo seco. En eso, escucha que alguien me llama "Tatto". -"¿Tu eres Tatto?", me dice con renovado interés. Sorpresivamente se levanta de su silla y ahora sí me saluda con mucho gusto. Es un ávido lector del Por Esto!, periódico donde trabajo. Al verme mojado y desgreñado, seguramente el señor no daba un quinto por mi persona. Todo cambia al saber que soy uno de los que él lee cotidianamente. ¿Por qué la gente es así? Se apresuran a emitir juicios a priori basados únicamente en la apariencia. En fin, terminamos charlando largo y tendido de diversos asuntos en materia cultural mientras bebemos entre caballeros. ¡Qué diferencia!
Pronto y para entrar en calor, una expedición furtiva se arma en dirección a la calle. Algún sensato ha decidido sacar un porro para avivar las brazas de nuestra inconsciencia. Bien, como si mi mente no estuviera ya lo suficientemente trastornada por las brumas del alcohol. Para ese punto Barbie, Rox y Raúl ya han llegado a la fiesta. Los ánimos se refrescan y la bacanal continúa. Al final de la intervención de la banda, nos ponemos "headbangers" por unos minutos mientras la madre de Gato salta y rockea con nosotros. Maravillosa señora.
Ya sentados a la mesa principal con Don Héctor, Misty la festejada y Doña Gilda, libamos sin tregua mientras la sorpresa de la noche se manifiesta en la forma de un trío de trovadores. Los tipos tocan de todo, tienen un repertorio bastante animado. Tocan unos bossanovas y hasta música cubana con sus propios arreglos. Cuando interpretan Lágrimas Negras mi mente vuela hacia Erika y bailo con su recuerdo, estrecho su cintura etérea y cuando despierto, lo único que tengo entre mis manos no es su talle sino mi trago. Llevo una semana sin saber de ella y mi mente juega con su ausencia.
Después el trío toca Desafinado, de Jobim, un bossa ad hoc para danzar sabroso mientras uno está borracho. Saco a bailar a Sory quien al principio se resiste. Pero la música se saborea al instante y nos movemos muy cerca, pegadito y suavecito como debe ser. Hemos bailado juntos muchas veces pero nunca así. Ambos suspiramos anhelantes por nuestros respectivos difuntos que ya no volverán. No los necesitamos. Al girar interminablemente me dice: "Estoy muy borracha, no puedo bailar bien". "Yo tampoco mi vida, pero qué importa, se siente chido", le respondo. En un arrebato piensa en voz alta y me confiesa: "Esto quisiera tener, alguien con quien bailar así para siempre". Le prometo que mientras ambos estemos vivos, ninguno tendrá porqué bailar solo nunca más, no importando que pase con las relaciones personales de cada quien. Me estrecha fuerte y el vaivén prosigue...
Cuando se acaba el trío, comienza la fiesta de los beodos con el ánimo desaforado. Música guapachosa, salsas, cumbias y el ineludible reggaetón. Tengo un problema: estoy pedo y me siento capaz y con humor de bailar lo que sea. Mi voluntad se ha diluido entre whiskys, rones y cervezas. Nunca bailo y todos lo saben, con excepción de cuando estoy realmente borracho. Lo malo es que todas mis amigas me hacen bulla. Ya no hay marcha atrás. Antes de que me dé cuenta, bailo con todas de aquí para allá. Bendito entre las mujeres, es hora de perrear (en el buen sentido de la palabra por supuesto).
Así se desenvuelve la fiesta y Doña Gilda sigue dando la nota alta al bailar con nosotros; todos nos divertimos como enanos. Satisfecho me siento en mi lugar: ahora sí estoy bien puesto. Puestísimo y borrachote como me gusta estar. Bebo lo que sea que me den, un trago por aquí, cerveza por allá, un cigarro acullá. Ya no siento nada, me da igual. Tengo el Síndrome del Hombre Congelado de Bukowski. Por eso me gusta ese cabrón, dio en el clavo de mi existencia.
Después muchas cosas suceden pero yo ya estoy en piloto automático. Adiós a todos, estoy pero no estoy. Abrazo la neblina etílica que pulula en las cumbres de mi cerebro. Sólo quiero estar conmigo mismo en la nada, en mi interior. Sonrío y platico. Me dejo tomar fotos; en apariencia todo está bien, pero como diría José Alfredo: "Ya va mi pensamiento rumbo a ti..."
1 comentario:
Así le pasa a todo el mundo con el baile. Yo, ya nunca bailo.
:P
Una barazo!
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